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Comentario a Hechos de los Apóstoles Capítulo 04 Mientras Pedro y Juan estaban aún hablando, los sacerdotes (jefes de los sacerdotes), el jefe de la guardia del Templo (el sacerdote siguiente en rango al sumo sacerdote), que mandaba la guardia del Templo, formada por levitas escogidos, y un grupo de sus partidarios saduceos, fueron y les echaron mano de forma súbita e inesperada. Como señala el versículo 3, ya era tarde (alrededor de la caída del sol), y como el milagro tuvo lugar alrededor de las 3 p.m, Pedro y Juan habían estado hablandole a la multitud unas tres horas. Sin duda alguna, les explicaron más el evangelio completo, y es probable que tuvieran tiempo para responder las preguntas que les hacían desde la multitud. El Arresto De Pedro Y De Juan (4:1-4) Hablando ellos al pueblo, vinieron sobre ellos los sacerdotes con el jefe de la guardia del templo, y los saduceos, resentidos de que enseñasen al pueblo, y anunciasen en Jesús la resurrección de entre los muertos. Y les echaron mano, y los pusieron en la cárcel hasta el día siguiente, porque era ya tarde- Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los varones era como cinco mil. El sumo sacerdote era saduceo, como muchos de los sacerdotes de Jerusalén. Se proclamaban religiosos, pero no aceptaban las tradiciones de los fariseos, ni consideraban que los libros profeticos del Antiguo Testamento o los Escritos (la tercera división del canon hebreo) estuvieran en el mismo nivel que la Ley (la Torah, el Pentateuco). También negaban la existencia de ángeles y espíritus y decían que no había resurrección (Hechos 23:8; Mateo 22:23). No estaban muy entusiasmados con el milagro, pero estaban resentidos de que hubiera una multitud tan grande alrededor de Pedro y Juan. Estaban resentidos (molestos, muy perturbados, profundamente enojados) porque los apóstoles anunciaran (proclamaran) en Jesús la resurrección de entre los muertos. Pedro estaba predicando a un Jesús resucitado, y ellos entendían que esto servía de evidencia a la realidad de la resurrección de todos los creyentes. Como esta enseñanza iba contra su doctrina, los saduceos sentían que no la podían tolerar. Por tanto, les echaron mano a Pedro y a Juan (los arrestaron) y los tiraron a la cárcel hasta el día siguiente. Era de noche ya, muy tarde para reunir al Sanedrín. Pero también era demasiado tarde para impedir que el Evangelio surtiera su efecto. Muchos de los que oyeron la Palabra, creyeron. Podemos estar seguros de que fueron bautizados en agua muy pronto (probablemente al día siguiente), y también en el Espíritu Santo. Se nos da un número de cerca de cinco mil hombres. El griego se podría traducir como "se convirtieron en cerca de cinco mil", por lo que algunos consideran que esto quiere decir que el número total de los creyentes era ahora de cinco mil. Pero la forma en que aparece aquí indica que el número era tan grande que sólo contaron los hombres. Debe haber habido también un gran número de mujeres que creyeron. Hechos 3:9 dice que todo el pueblo vio al hombre lisiado, y 4:1, 2 indica que le estaban enseñando a todo el pueblo, tanto a hombres como a mujeres. Se ve con claridad que, aunque los funcionarios ya no se sentían indiferentes ante lo que los apóstoles estaban haciendo, aún eran tenidos en gran estima por el pueblo. Ante El Tribunal (4:5-12) Aconteció al día siguiente, que se reunieron en Jerusalén los gobernantes, los ancianos y los escribas, y el sumo sacerdote Anas, y Caifás Juan y Alejandro, y todos los que eran de la familia de los sumos sacerdotes; y poniéndoles en medio, les preguntaron: ¿Con qué potestad, o en qué nombre, habéis hecho vosotros esto? Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: Gobernantes del pueblo, y ancianos de Israel; Puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera éste haya sido sanado, sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano. Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. Al día siguiente los gobernantes (los ejecutivos o miembros oficiales del Sanedrín, que era el Senado y Corte Suprema de los judíos), los ancianos y los escribas (maestros de la Ley, expertos en la Ley) que estaban en Jerusalén, tuvieron una reunión. Con ellos se unieron específicamente Anas, Caifás, Juan, Alejandro, y todos los demás parientes del sumo sacerdote que estaban en la ciudad en aquel momento. Aquí se llama sumo sacerdote a Anas. Oficialmente, fue sumo sacerdote desde el año 6 hasta el 15 d.C. Entonces fue nombrado su hijo Jonatán por unos tres años. Después fue hecho sumo sacerdote oficial Caifás, yerno de Anas (18-36 d.C). Pero Anas siguió siendo el verdadero poder detrás del trono. El pueblo no había aceptado que los romanos lo depusieran, y todavía lo consideraba como el verdadero sumo sacerdote. En el Antiguo Testamento, Aarón había sido nombrado sumo sacerdote de por vida. La Ley no especificaba que los gobernantes seculares pudieran cambiar esto. Por consiguiente, Jesús fue llevado primero a la casa de Anas (Juan 18:13), y después a la de Caifás (quien es probable que ocupara una parte del mismo edificio, junto al mismo patio). Anas y Caifás, junto con algunos familiares más de Anas, formaban en realidad una estrecha corporación que controlaba el Templo. Es posible que el Juan que se menciona fuera Jonatán, el hijo de Anas. Alejandro debe haber sido uno de los dirigentes de los saduceos. Hicieron que Pedro y Juan se pusieran de pie en medio del tribunal que se había reunido, que era básicamente el mismo que había condenado a Jesús. (Su lugar de reunión, según Josefo, se encontraba al oeste de la zona del Templo.) Entonces comenzaron su interrogatorio preguntándoles con qué (qué clase) de potestad (dynamis, gran poder) o ¿en qué nombre (esto es, con qué autoridad) habéis hecho vosotros (plural) esto? La expresión "qué potestad" es usada aquí en forma derogatoria. Estaban tratando de asustar a los discípulos, o incluso espantarlos. Quizá recordaran la forma en que habían huido llenos de miedo cuando Jesús había sido arrestado. El versículo 13 señala que sentían desprecio por ellos, porque no habían sido instruidos en sus escuelas. Era cierto. Pedro se había rebajado ante una doncella en el patio cuando aquel mismo grupo se hallaba reunido en torno a Jesús. Pero ahora las cosas eran diferentes. Cuando comenzó a hablar, fue lleno del Espíritu Santo. La forma del verbo griego indica aquí una nueva llenura. Esto no significa que hubiera perdido nada del poder y la presencia del Espíritu que había recibido en el día de Pentecostés. En vista de las presiones de aquella situación crítica, el Señor simplemente había aumentado su capacidad y le había dado esta nueva plenitud para satisfacer esta nueva necesidad de poder para testificar. Aquí podemos ver también una aplicación práctica de las instrucciones y la promesa de Jesús que aparecen en Mateo 10:19, 20 y Lucas 21:12-15. No debían meditar sobre lo que habrían de hablar; el Espíritu de su Padre Celestial hablaría en ellos y por ellos. De esta manera, en lugar de tratar de defenderse a sí mismos, el Espíritu haría de sus palabras un testimonio. Podemos tener la seguridad de que Pedro y Juan durmieron tranquilamente la noche anterior, y se levantaron renovados. Pedro, lleno nuevamente del Espíritu, no dejó que los líderes judíos lo amedrentaran. Tal como Pablo le diría a Timoteo (2 Timoteo 1:7), Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio (una mente que manifiesta autodisciplina). Con cortesía, Pedro se dirigió a los miembros del concilio llamándoles gobernantes (miembros oficiales del Sanedrín) y ancianos. Después, en forma muy correcta, les dijo que si estaban haciendo un examen judicial con respecto a la buena obra hecha a favor de un ser humano débil, para saber de qué manera había sido (y seguía estando) sano (salvado, restaurado), entonces él tenía la respuesta. A continuación, Pedro proclamó que en (por) el nombre de Jesús, a quien ellos habían crucificado, y Dios había levantado de entre los muertos, por (en) El aquel hombre estaba en presencia de ellos sano (plenamente restaurado en su salud). ¡Qué contraste tan notable hace Pedro entre lo que aquellos gobernantes le habían hecho a Jesús, y lo que Dios le había hecho! Entonces citó un pasaje que aquellos mismos jefes de los sacerdotes y ancianos habían oído de Jesús anteriormente. En una ocasión habían retado la autoridad de Jesús para enseñar. El les respondió con parábolas y citó después el Salmo 118:22. (Vea Mateo 21:23, 42, 45; 1 Pedro 2:7) Sin embargo, Pedro lo hace personal. Este (enfático) es la piedra reprobada (ignorada, despreciada) por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo (esto es, porque ha sido exaltado a la derecha del Padre). Después Pedro explica lo que significa esto. En ningún otro hay salvación (la salvación que ellos esperaban que trajera el Mesías no se halla en ningún otro), porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres (seres humanos) en que podamos ser salvos." Podamos" es una palabra enfática. Si no encontramos salvación a través del nombre (la Persona) de Jesús, nunca la encontraremos. De esta forma, la sanidad del hombre cojo sirvió de testimonio de que Jesús es el único Salvador. Los líderes judíos no creían que Jesús sirviera para nada; sin embargo. Dios lo había elevado a un valor único y supremo. En Él, como lo muestra también el capítulo 53 de Isaías, está la salvación prometida. Sólo hay una salvación; sólo un camino (Hebreos 10:12-22). Nunca habrá otro Mesías enviado por Dios, ni tampoco otro Salvador. Muchos han afirmado ser mesías o salvadores; muchos han presentado otros caminos de salvación. Pero todos ellos se hallan en oposición a nuestro Señor Jesucristo. Sólo tenemos una decisión que hacer cuando nos enfrentamos a las afirmaciones de Cristo: podemos aceptarlo o rechazarlo. Otros caminos que quizá parezcan derechos, sólo pueden conducir a la destrucción (Proverbios 14:12; Mateo 7:13). No es popular ser tan exclusivista. La mayoría de los no creyentes que no son ateos quisieran pensar que hay muchas maneras de encontrar a Dios. Algunas sectas hasta tratan de combinar lo que ellos suponen que hay de bueno en diversas religiones. Pero todo esto es en vano. Dios ha rechazado todos los demás caminos. Sólo en Cristo hay esperanza. Esto es lo que pone la pesada responsabilidad de la Gran Comisión sobre nuestros hombros. Si hubiera alguna otra forma de salvarse, nos podríamos permitir tomar las cosas con calma. Pero no hay esperanza para nadie lejos de la salvación por medio de Cristo. Pedro Y Juan Hablan Valientemente (4:13-22) Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús. Viendo al hombre que había sido sanado, que estaba en pie con ellos, no podían decir nada en contra. Entonces les ordenaron que saliesen del concilio; y conferenciaban entre sí, diciendo: ¿Qué haremos con estos hombres? Porque de cierto, señal manifiesta ha sido hecha por ellos, notoria a todos los que moran en Jerusalén, y no lo podemos negar. Sin embargo, para que no se divulgue más entre el pueblo, amenacémosles para que no hablen de aquí en adelante a hombre alguno en este nombre. Y llamándolos, les intimaron que en ninguna manera hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús. Mas Pedro y Juan respondieron diciéndoles: Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído. Ellos entonces les amenazaron y les soltaron, no hallando ningún modo de castigarles, por causa del pueblo; porque todos glorificaban a Dios por lo que se había hecho, ya que el hombre en quien se había hecho este milagro de sanidad, tenía más de cuarenta años. Los sacerdotes y ancianos se maravillaban (se asombraban) al ver el denuedo (libertad para hablar) de Pedro y Juan, especialmente porque se daban cuenta de que eran hombres sin letras (sin instrucción, en el sentido de no haber asistido a una escuela rabínica, ni haberse sentado ante un gran rabí como Gamaliel) y del vulgo (hombres no profesionales, laicos). Esto no quiere decir que fueran personas totalmente iletradas. Ellos habían asistido a las escuelas de la sinagoga en sus pueblos natales, pero no eran maestros profesionales, ni conferencistas entrenados, como los escribas y los doctores. Los laicos de ordinario no hablaban con esa autoridad. Debe haber sido difícil para Pedro y Juan enfrentarse a semejante presunción. Pero la clave de su denuedo y su libertad para hablar era, por supuesto, que habían sido llenos del Espíritu nuevamente. El fue quien les dio las palabras que debían decir. Entonces, algo más estremeció a estos líderes judíos. La expresión "les reconocían" no significa que les hacían más preguntas. El griego significa más bien simplemente que fueron reconociendo de forma gradual que habían estado con Jesús. Quizá las palabras de Pedro les trajeran a la memoria lo que Jesús había dicho. A medida que pensaban en su enfrentamiento con Jesús, iban recordando que El tenía discípulos consigo. Ahora reconocían que Pedro y Juan se hallaban entre ellos. Jesús también había hablado con autoridad. Deben haber estado asombrados, porque creían que se librarían de Jesús crucificándolo. Pero ahora los discípulos, entrenados por El, hablaban de la misma forma. Jesús había hecho milagros como señales. Ahora los apóstoles estaban haciendo lo mismo. A continuación, los ancianos se enfrentaron con algo más. El hombre que había sido sanado se hallaba allí de pie, junto a Pedro y a Juan. De pronto, los sacerdotes y los ancianos se hallaron sin nada más que decir. ¿Qué podían decir contra un milagro así? Entonces los dirigentes les ordenaron a Pedro y a Juan que saliesen del concilio (el Sanedrín), esto es, del cuarto donde se estaban reuniendo. Después los líderes del Sanedrín conferenciaban entre sí. No sabían qué hacer con Pedro y Juan. No podían negar que una señal manifiesta (una obra reconocida como sobrenatural) había sido hecha por (a través de) ellos, y se hallaba ante la vista de todos los habitantes de Jerusalén. Esto podría implicar que ellos no negaban la resurrección de Jesús. Lo que les molestaba era el hecho de que los apóstoles la estuvieran usando para enseñar que había una resurrección futura para todos los creyentes. Anteriormente, para salir de este problema, habían sobornado a los soldados para que dijeran que el cuerpo de Jesús había sido robado (Mateo 28:12, 13). Aún hoy hay algunos que discuten que las mujeres y los discípulos fueron a mirar a una tumba equivocada. Pero las mujeres se habían fijado bien en dónde colocaban a Jesús (Lucas 23:55). En realidad, estos dirigentes judíos no eran tontos ni tenían nada de simples. Sabían lo difícil que es deshacerse de un cuerpo. Por lo tanto, hubieran realizado una búsqueda intensiva del cuerpo si no hubieran sabido que El había resucitado de entre los muertos. Pero para ser salvo hace falta más que creer con la cabeza o aceptar mentalmente la verdad de la resurrección de Cristo (Romanos 10:9, 10). Puesto que no tenían forma lógica de replicarles a Pedro y a Juan, decidieron que el mejor curso de acción era suprimir su enseñanza sobre Jesús y la resurrección. Sabían que no podrían sobornar a los discípulos. Por consiguiente, los amenazarían para que no hablasen más en este nombre (basados en él) a nadie. Cuando hicieron regresar al cuarto a Pedro y a Juan, les ordenaron que no hablaran (no abrieran la boca ni dijeran una sola palabra) en ninguna manera o enseñaran en el nombre de Jesús. Pero estas amenazas no intimidaron a los dos apóstoles. Cortés, pero firmemente, volvieron a poner en ellos la responsabilidad: les pidieron a los dirigentes judíos que juzgaran (o decidieran) si era justo delante de Dios oírlos a ellos y no a El. Entonces declararon valientemente que no podían dejar de hablar sobre lo que habían visto y oído. Los miembros del Sanedrín querían encontrar alguna forma de castigar a Pedro y a Juan. De hecho, lo que se sugiere es que trataron por todos los medios. Pero no pudieron por causa del pueblo. Todos estaban glorificando a Dios por lo que se había hecho, especialmente porque este hombre que había nacido lisiado, ya tenía más de cuarenta años. Debido a esto, se limitaron a añadir más amenazas a sus advertencias anteriores y los dejaron ir. Esto fue un gran error por parte de ellos, porque le hizo saber al pueblo que Dios podía librar del Sanedrín. Dio a conocer que los dirigentes judíos no tenían acusación que hacerles a estos apóstoles, ni tenían forma alguna de refutar su mensaje. Un Denuedo Renovado (4:23-31) Y puestos en libertad, vinieron a los suyos y contaron todo lo que los principales sacerdotes y los ancianos les habían dicho. Y ellos, habiéndolo oído, alzaron unánimes la voz a Dios, y dijeron: Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay; que por boca de David tu siervo dijiste: ¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se reunieron los reyes de la tierra, y los príncipes se juntaron en uno contra el Señor, y contra su Cristo. Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera. Y ahora. Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de tu Santo Hijo Jesús. Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban con denuedo la palabra de Dios. Tan pronto como fueron dejados en libertad, Pedro y Juan regresaron a los suyos (los creyentes que estaban reunidos, y seguramente estaban orando por ellos). Allí relataron todo lo que el sumo sacerdote y los ancianos les habían dicho, sin callarse nada. Ellos reaccionaron alzando su voz (aquí voz es singular, con lo que se indica que oraron al unísono) unánimes, con un mismo propósito, en oración a Dios. Sin embargo, es probable que la oración que recoge aquí la Biblia haya sido hecha por uno de ellos que actuara como vocero de todos. Podemos aprender mucho de esta oración. En primer lugar, como es el caso de la mayoría de las oraciones de la Biblia, reconocieron quién es Dios. Se dirigieron a El cómo Señor (una palabra distinta de la usada en los demás lugares de la Biblia, que significa Dueño, Propietario, Soberano). Después reconocieron que sólo El es Dios, el Creador del universo y de todo lo que hay en él. A continuación, fundaron su petición en la Palabra inspirada de Dios hablada por el Espíritu por medio de la boca de David. También la mayoría de las oraciones de la Biblia se fundamentan en la Palabra de Dios que ya ha sido dicha. En el Salmo 2:1, 2, vieron Palabra del Señor que se había cumplido en la oposición de estos líderes judíos. El salmo habla de los paganos (la naciones, los gentiles) que se amotinan, y los pueblos (plural) que piensan (planean, elaboran) cosas vanas (vacías, tontas, ineficaces). Los reyes de la tierra y sus príncipes que se reúnen contra el Señor y su Cristo (su Mesías, su Ungido) son también gentiles. De esta manera, esta oración inspirada por el Espíritu reconocía que los dirigentes judíos se hallaban en la misma categoría que las naciones extranjeras que siempre se estaban amotinando, puesto que siempre estaban conspirando contra Dios y contra Jesús. Hay un precedente para esto en los profetas del Antiguo Testamento, que algunas veces usaron la palabra goi (gentil) para Israel, porque se había apartado de Dios. Herodes (Herodes Antipas), Pilato, los gentiles y el pueblo (pueblos) de Israel, se habían reunido realmente (en forma hostil) contra Jesús, el santo Hijo de Dios. Como anteriormente, santo Hijo significa el Siervo dedicado y consagrado del Señor (como en Isaías 52:13 a 53:12). Sin embargo, sólo podían hacer lo que la mano de Dios (esto es, el poder de Dios) y su consejo habían determinado antes (limitado de antemano) que sucediera. A pesar de esto, eran responsables de sus obras, porque habían decidido realizarlas libremente. En tercer lugar, los creyentes fundaron su petición en lo que Dios había hecho a través de Jesús. La mano de Dios tenía dominio sobre la situación cuando permitió la muerte de Jesús. El era verdaderamente el Siervo de Dios que había realizado la voluntad divina a favor de ellos. Podían ahora acercarse a Dios fundándose en lo que había sido cumplido a cabalidad a través de su muerte y resurrección (1 Corintios 1:23, 24; 3:11; 2 Corintios 1:20). Su petición era que el Señor mirara ahora las amenazas del Sanedrín y les diera a sus siervos (esclavos) oportunidades para seguir hablando su Palabra con todo denuedo (y libertad de palabra). Es probable que se sintieran menos seguros ahora, después de haberse marchado del tribunal, que cuando estaban allí; por eso sentirían que necesitaban un denuedo renovado. Aun después de una victoria espiritual, es posible que Satanás nos insinúe que somos tontos; necesitamos orar para que nuestro valor siga en pie. También Abraham sintió temor durante la noche que siguió a su valiente testimonio ante el rey de Sodoma; Dios llegó a tranquilizarlo y darle nueva seguridad (Génesis 15:1). ¿Qué oportunidades tendrían? La sanidad del hombre cojo sólo era el principio. Habría muchas oportunidades más que Dios les proporcionaría al extender su mano para realizar sanidades, señales y prodigios que serían hechos por medio del nombre de su santo Hijo (siervo) Jesús. De esta forma oraron pidiendo valor para seguir haciendo lo mismo que había provocado su arresto y las amenazas del Sanedrín. No querían los milagros por ellos mismos, sin embargo, sino como oportunidades para predicar el Evangelio y como señales para que el pueblo reconociera que era cierto que Jesús había resucitado de entre los muertos. Después de que ellos oraron, el lugar donde estaban reunidos fue sacudido (por el Espíritu, y no por un terremoto), lo cual señala un poderoso acto de Dios. Al mismo tiempo, todos ellos fueron llenos del Espíritu Santo, y en su poder, todos siguieron hablando la Palabra de Dios con denuedo (y libertad de palabra). Esta obra del Espíritu fue tan grande como los milagros. El texto griego señala de nuevo que fueron llenos del Espíritu. Algunos escritores discuten que sólo los nuevos convertidos (los cinco mil mencionados en 4:4) fueron llenos en este momento. Pero el griego no permite sostener esto. Todos los creyentes, incluso los apóstoles, recibieron esta nueva plenitud para poder enfrentarse a la necesidad continua que tenían y a las presiones que se ejercían sobre ellos. El Espíritu Santo llena de nuevo repetidas veces a los creyentes todos, como parte de las cosas maravillosas que Dios tiene dispuestas para ellos. Abundante Gracia (4:32-37) Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos. Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad. Entonces José, a quien los apóstoles pusieron por sobrenombre Bernabé (que traducido es. Hijo de consolación), levita, natural de Chipre, como tenía una heredad, la vendió y trajo el precio y lo puso a los pies de los apóstoles. El número de creyentes era cada vez mayor, y seguían teniendo un corazón y un alma. Esto es, formaban una comunidad de creyentes que estaban unánimes, con unidad de pensamiento, de intenciones y de deseos. Ninguno de ellos decía: "Lo que tengo es mío, y tengo miedo de que lo pueda necesitar." En cambio, sentían amor y responsabilidad los unos por los otros, y compartían todas las cosas. Dios satisfacía sus necesidades, y ellos creían que El lo seguiría haciendo. La misma actitud que había surgido después de que habían sido llenos del Espíritu por primera vez en el día de Pentecostés, seguía prevaleciendo (Hechos 2:44, 45). Tampoco ahora se obligaba a nadie. Lo compartían todo, simplemente como expresión de su amor y su unidad de pensamiento y de corazón en el cuerpo único de Cristo. (Compare con Calatas 6:10.)" Al mismo tiempo, los apóstoles seguían dando testimonio de la resurrección del Señor Jesús. Pero la obra del Espíritu no estaba limitada a los apóstoles, porque abundante gracia era sobre todos los creyentes. El versículo 34 muestra cómo se expresaba esta gracia. No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que eran dueños de tierras o de casas, las estaban vendiendo, e iban trayendo el precio de lo que vendían. Aquí el texto griego no quiere decir que todos vendieran sus propiedades inmediatamente. Más bien, que de vez en cuando se hacía esto, a medida que el Señor les llamaba la atención sobre las necesidades. Entonces ponían el dinero a los pies de los apóstoles (y bajo su autoridad), y ellos distribuían a cada uno en proporción a su necesidad. Después de esta afirmación general. Lucas nos da un ejemplo específico, escogido porque les sirve de fondo a los sucesos con los que comienza el capítulo siguiente. José, a quien los apóstoles le habían puesto el sobrenombre (le habían dado el nombre adicional) de Bernabé, vendió un campo, trajo el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles. No queda en claro si se le dio este nombre por lo que hizo en aquel momento, o por sus obras anteriores. Por lo que vemos posteriormente en Bernabé, tenía una personalidad que cuadraba en el significado de ese sobrenombre, "hijo de consolación" (o de exhortación, de ánimo). La expresión "Hijo" era usada con frecuencia en hebreo y en arameo para señalar el carácter o la naturaleza de una persona. El nombre Bernabé se deriva probablemente de una frase aramea que significa "hijo de la profería o de la exhortación". Tuvo éxito. Nunca se le vuelve a llamar José. Bernabé era un levita de Chipre, la gran isla que se halla frente a la costa sur del Asia Menor. Fue un buen ejemplo de los que se preocupan por los creyentes necesitados, y también de mayordomía cristiana.
Comentario a Hechos de los Apóstoles Capítulo 05 Con el ejemplo de Bernabé ante ellos, dos miembros de la comunidad de creyentes conspiraron para conseguir el mismo tipo de atención que se le daba a él. Aquí se indica claramente que eran creyentes que gozaban de las bendiciones de Dios. Sabían lo que era ser llenos del Espíritu. Escuchaban la enseñanza de los apóstoles, veían los milagros y compartían la comunión. Es evidente que estaban algo celosos de Bernabé, especialmente porque no era oriundo de la ciudad. De manera que ellos también, como había hecho él, vendieron una tierra, una parcela de terreno. Pero en todo lo demás, lo que hicieron contrastaba fuertemente con lo hecho por él. Un Rápido Juicio (5:1-10) "Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una heredad, y sustrajo del precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo sólo una parte, la puso a los pies de los apóstoles. Y dijo Pedro: Ananías; ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad? Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios. Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Y vino un gran temor sobre todos los que lo oyeron. Y levantándose los jóvenes, lo envolvieron, y sacándolo, lo sepultaron. Pasado un lapso como de tres horas, sucedió que entró su mujer, no sabiendo lo que había acontecido. Entonces Pedro le dijo: Dime, ¿vendisteis en tanto la heredad? Y ella dijo: Sí, en tanto. Y Pedro le dijo: ¿Por qué convinisteis en tentar al Espíritu del Señor? He aquí a la puerta los pies de los que han sepultado a tu marido, y te sacarán a ti. Al instante ella cayó a los pies de él, y expiró; y cuando entraron los jóvenes, la hallaron muerta; y la sacaron, y la sepultaron junto a su marido". Ananías se guardó para sí parte del precio. Safira lo sabía, y por tanto estaba de acuerdo con él y era igualmente culpable. Después, trajo parte de él y la puso a los pies de los apóstoles, dando la impresión de que había hecho lo mismo que Bernabé. Pedro, actuando como representante y vocero de los doce apóstoles, supo de inmediato lo que había hecho. No tenía espías que le reportaran las cosas, pero tenía al Espíritu Santo. Quizá esto le fuera revelado a través de uno de los dones de revelación, como la Palabra de Sabiduría o la Palabra de Ciencia. Le preguntó a Ananías por qué Satanás (el Satanás, el Adversario) había llenado su corazón para que le mintiese al Espíritu Santo y se guardara para sí parte del precio del campo. La pregunta "¿Por qué?" llama la atención sobre el hecho de que su acción era voluntaria; no había excusa para lo que habían hecho. Antes de venderlo, había seguido siendo suyo, y no los estaban obligando a venderlo. Después de venderlo, todavía se hallaba en su poder (autoridad). No había nada que los obligara a darlo todo. Lo que él había concebido en su corazón era una mentira, no para engañar a los hombres, sino a Dios. Satanás se hallaba detrás de lo que hicieron Ananías y Safira. Parece que a causa de su celo, falta de fe y amor por el dinero, el Espíritu del Señor había sido contristado, y ellos estaban en malas relaciones con Dios. Estas cosas no sucedieron de un día para otro. Pero en el instante en que habían conspirado juntos. Satanás había llenado sus corazones (su ser interior entero) y no había lugar para que el Espíritu Santo permaneciera allí. Podían haber resistido a Satanás (Santiago 4:7). Pero dejaron que el orgullo, el amor propio y el amor al dinero los poseyeran. El amor al dinero es la raíz de todos (todas las clases de) males (1 Timoteo 6:10). O sea, que una vez que el amor al dinero toma posesión de una persona, no hay mal que no pueda o no esté dispuesta a hacer. Cuando es el amor al dinero lo que la controla, una persona hace cosas que de otra manera nunca hubiera hecho, incluyendo el asesinato y todas las demás clases de pecado. También se ve claramente que si una persona está llena de amor al dinero, no puede amar a Dios (Mateo 6:24). Guardarse parte del precio de la heredad era también una señal de falta de fe y de confianza plena en Dios. Posiblemente tenían temor de que la Iglesia se desplomara, y pensaban que era mejor que guardaran una buena parte en caso de que esto sucediera. También se ve claro que al mentirle al Espíritu Santo, que era el que guiaba a la Iglesia, a los creyentes y a los apóstoles, le estaban mintiendo a Dios. Esta comparación de los versículos 3 y 4 hace ver con claridad que el Espíritu Santo es una Persona divina. Mientras Ananías todavía estaba oyendo a Pedro, "cayó y expiró". Esto es, exhaló el último suspiro. Esto podrá parecer un castigo muy severo. Ciertamente lo fue. Pero Dios realizó este juicio al principio de la historia de la Iglesia, para que la Iglesia supiera lo que El piensa de la falta de fe, la codicia y la hipocresía egoísta que le miente a El mismo. (Vea 1 Pedro 4:17.) En los tiempos de los comienzos. Dios es más severo con frecuencia. Cuando los hijos de Aarón ofrecieron fuego extraño (extranjero, pagano) ante el Señor, salió fuego del Santo de los Santos y los quemó (Levítico 10:1, 2). Después de aquello, el pueblo fue más cuidadoso al acercarse a Dios, en cuanto a la forma en que El quería que se hicieran las cosas. Cuando Israel entró por primera vez en la tierra prometida, Acán fue tomado como ejemplo (Josué 7). El primer intento de David para trasladar el arca, fue usando una carreta, como lo habían hecho los filisteos. Hubo una muerte a consecuencia de ello. La segunda vez, tuvo buen cuidado de transportarla a hombros de los levitas, como Dios lo había ordenado. Debemos destacar también que la mentira de Ananías era premeditada. Cuando él murió, vino un gran temor (terror y espanto) sobre todos los que lo oyeron. Sabían ahora que el Espíritu Santo tenía gran poder. El es ciertamente santo, y no da buenos resultados mentirle. No hay duda de que aquello evitó que otros cometieran el mismo tipo de pecado. No se esperaba mucho tiempo para enterrar a las personas en aquellos días. Según las costumbres, los jóvenes lo envolvieron rápidamente en una sábana de lino, lo sacaron de la ciudad y lo enterraron. Unas tres horas más tarde entró Safira, sin saber lo que le había sucedido a su esposo. Es evidente que iba en busca de elogios y alabanza. Pedro respondió a sus miradas inquisitivas preguntándole si ella y su esposo habían vendido la tierra por la cantidad que él había traído. Así le estaba dando una oportunidad para confesar la verdad. Pero ella mintió también. Pedro fue igualmente severo con ella. Su pregunta indicaba claramente que sabía que ella y su esposo se habían puesto de acuerdo para tentar al Espíritu Santo (ponerlo a prueba). Deliberadamente, estaban tratando de ver lo lejos que podían llegar en su desobediencia sin provocar la ira de Dios. (Compare con Éxodo 17:2; Números 15:30, 31; Deuteronomio 6:16; Lucas 4:12.) Entonces Pedro le llamó la atención sobre los pies de los jóvenes que entraban por la puerta y regresaban de enterrar a su esposo. Ellos la llevarían a ella también. De esta forma, por el mismo tipo de milagro de juicio divino, Safira cayó de inmediato a los pies de Pedro y expiró. Entonces llegaron los jóvenes, la encontraron muerta, la sacaron y la enterraron junto a Ananías. (Es probable que los pusieran en un nicho dentro de una tumba, ya fuera en una cueva o en una tumba cavada en el costado de una colina.) Purificada y Creciente (5:11-16) "Y vino gran temor sobre toda la iglesia, y sobre todos los que oyeron estas cosas. Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo; y estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón. De los demás, ninguno se atrevía a juntarse con ellos, mas el pueblo los alababa grandemente. Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres; tanto que sacaban los enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para que al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos. Y aun de las ciudades vecinas muchos venían a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados de espíritus inmundos; y todos eran sanados". Una vez más se insiste en que un gran temor vino sobre toda la Iglesia, y sobre todos los que oyeron estas cosas. Pero el temor era un temor santo, y no dividió a la Iglesia ni fue obstáculo para la obra de Dios. Algunas personas tienen la idea de que debemos rebajar las exigencias de Dios para que la Iglesia pueda progresar en el mundo de hoy. Sin embargo, esto nunca ha sido cierto. La Iglesia siempre se ha fortalecido cuando ha logrado tener visión de la santidad de Dios. Los apóstoles continuaron llenos del Espíritu y de poder y haciendo muchas señales milagrosas y prodigios sobrenaturales. Estos milagros nunca fueron hechos por exhibición. Al contrario, todos servían para mostrar la verdad del Evangelio y el hecho de que Jesús tenía interés en los suyos y en sus necesidades. La Iglesia también continuó unánime, reuniéndose diariamente a las horas de oración en el pórtico de Salomón en el Templo (y probablemente llenando también el patio del Templo que se hallaba junto a ella). El temor que había surgido a consecuencia de la muerte de Ananías y Safira, afectó también a los no creyentes, de tal manera que ninguno de ellos se atrevía a juntarse con ellos. Esto es, los no creyentes no se atrevían a mezclarse con la muchedumbre de los creyentes y fingir que eran del grupo (quizá por curiosidad o quizá en la esperanza de recibir parte de las bendiciones). Sin embargo, esto no significa que el crecimiento de la Iglesia se hiciera más lento. Cuando el pueblo vio cómo Dios trataba el pecado en medio de los creyentes, se dio cuenta de que la Iglesia toda estaba agradando a Dios y tenía altas normas de honradez y justicia. Por esto la alababa grandemente. El resultado cierto fue que se añadían cada vez más creyentes al Señor (al Señor Jesús, y no sólo a la Iglesia como cuerpo externo), gran número (multitud) tanto de hombres como de mujeres. Se ha sugerido que el número de creyentes era superior a los diez mil en aquellos momentos. Como los creyentes confiaban en el Señor, traían a los enfermos (entre ellos los lisiados, los cojos y los débiles), los sacaban a las calles (a las calles anchas o a las plazas públicas) y los ponían en camas (reclinatorios, literas) y (lechos colchones, mantas), para que cuando Pedro pasase, al menos su sombra cubriera a algunos de ellos. Es decir, creían que el Señor honraría la fe de Pedro y la de ellos, aun si Pedro no podía detenerse para imponer manos sobre cada uno de ellos. La noticia de lo que Dios estaba haciendo se corrió por los poblados circundantes de la Judea. Pronto, debido a su fe recién descubierta, comenzó a llegar una multitud procedente de aquellos poblados, trayendo a los enfermos (aquí se incluyen los enfermos, los débiles, los cojos y los lisiados) y a los atormentados (vejados, molestados) de espíritus inmundos. Probablemente todos ellos, incluyendo los del versículo 15, fueran sanados. Aquel momento era una circunstancia crítica en la historia de la Iglesia, y Dios hacía cosas especiales. El Arresto De Los Doce Apóstoles (5:17-26) "Entonces levantándose el sumo sacerdote y todos los que estaban con él, esto es, la secta de los saduceos, se llenaron de celos; y echaron mano a los apóstoles y los pusieron en la cárcel pública. Mas un ángel del Señor, abriendo de noche las puertas de la cárcel y sacándolos, dijo: Id, y puestos en pie en el templo, anunciad al pueblo todas las palabras de esta vida. Habiendo oído esto, entraron de mañana en el templo, y enseñaban. Entre tanto, vinieron el sumo sacerdote y los que estaban con él, y convocaron al concilio y a todos los ancianos de los hijos de Israel, y enviaron a la cárcel para que fuesen traídos. Pero cuando llegaron los alguaciles, no los hallaron en la cárcel; entonces volvieron y dieron aviso, diciendo: Por cierto, la cárcel hemos hallado cerrada con toda seguridad, y los guardas afuera de pie ante las puertas; mas cuando abrimos, a nadie hallamos dentro. Cuando oyeron estas palabras el sumo sacerdote y el jefe de la guardia del templo y los principales sacerdotes, dudaban en qué vendría a parar aquello. Pero viendo uno, les dio esta noticia: He aquí, los varones que pusisteis en la cárcel están en el templo, y enseñan al pueblo. Entonces fue el jefe de la guardia con los alguaciles, y los trajo sin violencia, porque temían ser apedreados por el pueblo". Una vez más, los saduceos del lugar, entre los cuales estaban el sumo sacerdote y sus amigos más cercanos, estaban molestos. Esta vez, estaban llenos de indignación. La palabra griega (zelóo) puede significar celo o entusiasmo en buen sentido, o puede significar también la peor forma de celos. No es fácil ver cómo se usa esta palabra aquí. También implica espíritu partidista y celo por sus enseñanzas saduceas contra la resurrección. Podemos estar seguros de que detestaban ver que las multitudes se reunían alrededor de los apóstoles. Aquella indignación celosa hizo que los saduceos se levantaran (se pusieran en acción), arrestaran a los apóstoles y los echaran a la cárcel pública. En realidad, lo que hay aquí es un adverbio que significa "públicamente". Esto es, aquello fue hecho delante de una multitud que miraba. Es evidente que los sacerdotes y los saduceos se sentían desesperados. Esta vez se atrevieron a arriesgar la desaprobación de la muchedumbre. Durante la noche, un ángel (el griego no tiene el artículo determinado "el") del Señor abrió las puertas de la prisión y les dijo a los apóstoles que fueran, y puestos de pie en el Templo, anunciaran al pueblo todas las palabras de esta vida, esto es, las palabras que le dan vida a todo aquel que crea. (Vea Juan 6:68.) El Evangelio es más que una filosofía o un conjunto de preceptos. Por medio de la obra del Espíritu Santo, es capaz de dar vida. Debido al mandato del ángel, entraron de mañana (al amanecer) en el Templo y comenzaron a enseñar en público. Esto debe haber asombrado a los que habían visto que los habían arrestado y echado a la cárcel la noche anterior. También les debe haber ayudado a ver que Dios seguía con los apóstoles, y apoyando su mensaje. Aquella misma mañana, algo más tarde, el sumo sacerdote y los que estaban con él, convocaron al concilio (el Sanedrín). Se identifica con más claridad a este concilio como el conjunto o Senado de todos los ancianos de los hijos de Israel. Esta expresión parece significar que los setenta miembros se hallaban presentes. También está diciendo implícitamente que en la ocasión anterior, cuando Pedro y Juan fueron arrestados (y en otras ocasiones, como en el juicio de Jesús), sólo se había llamado a los que eran saduceos controlados por el sumo sacerdote. Como eran la mayor parte del Sanedrín, constituían quorum. Pero esta vez, como sabían que iban en contra de la mayoría del pueblo de Jerusalén, reunieron todo el concilio, esperando que estuviera de acuerdo con su decisión y apoyara el castigo a los apóstoles. Cuando enviaron a los alguaciles (sirvientes, ayudantes) a la prisión para buscar a los apóstoles, no estaban allí. Al regresar, los alguaciles les reportaron que habían encontrado la prisión todavía cerrada con toda seguridad, o sea, con las puertas todavía firmemente cerradas, y con los guardas de pie junto a las puertas. Pero, cuando abrieron las puertas, no encontraron nadie dentro. Estas palabras hicieron que el sumo sacerdote y los que estaban con él sintieran una duda (y turbación) que les preocupaba, y se preguntaran en qué vendría a parar aquello. (Aquí se traduce una forma de la palabra griega que se traduce por convertirse, suceder.) También significa que se preguntaban y se preocupaban sobre qué sucedería después. En aquel momento llegó alguien y les informó que los hombres que debían estar en prisión, se hallaban en el Templo de pie, enseñándole al pueblo pública y abiertamente. Entonces el jefe de la guardia (comandante de la guardia del Templo) fue con los alguaciles (sirvientes, ayudantes del Templo) y trajo a los Doce sin violencia (sin uso de fuerza). Fueron cuidadosos, porque tenían miedo de que el pueblo se les rebelara y los apedreara. Había tenido que tratar con multitudes anteriormente y sabían lo que el espíritu y la violencia de las masas pueden hacer. Por supuesto que, en realidad, no tenían necesidad de usar fuerza. Los apóstoles fueron voluntariamente, aunque sabían también que no tenían más que decir una palabra, y la multitud habría apedreado a aquellos alguaciles por blasfemadores de los siervos de Dios y enemigos suyos. Sin embargo, no hay duda de que los apóstoles tenían la esperanza de que aquel arresto se convertiría en otra oportunidad para dar testimonio de su Mesías y Salvador. El Veredicto: ¡Matarlos! (5:27-33) "Cuando los trajeron, los presentaron en el concilio, y el sumo sacerdote les preguntó, diciendo: ¿No os mandamos estrictamente que no enseñaseis en ese nombre? Y ahora habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina, y queréis echar sobre nosotros la sangre de ese hombre. Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. A éste. Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados. Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen. Ellos, oyendo esto, se enfurecían y querían matarlos". El sumo sacerdote prefirió no preguntarles a los discípulos cómo había salido de la prisión. Obviamente, se trataba de algo sobrenatural, y posiblemente no quisiera oír hablar de ángeles, puesto que no creía en ellos. Por esto, comenzó por preguntarles a los apóstoles si el Sanedrín no les había mandado estrictamente que no enseñasen en ese nombre (una referencia despectiva al nombre de Jesús). Después los acusó de llenar a Jerusalén con su doctrina (enseñanza), y de querer echar sobre los dirigentes judíos "la sangre de ese hombre". La afirmación de que habían llenado a Jerusalén con sus enseñanzas era una gran admisión de la eficacia que tenía el testimonio de los apóstoles. No obstante, el sumo sacerdote entendió mal sus intenciones, probablemente porque, a pesar de sí mismo, se sentía culpable por lo que se había hecho con Jesús. De manera que la declaración de que los apóstoles querían vengar en ellos la muerte de Jesús, no era más que una simple calumnia y era completamente falsa. Pedro y los apóstoles (siendo Pedro el vocero de todos) no pidieron disculpas. Sin dudar un instante, respondieron: "Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres (los seres humanos)." "Obedecer" es aquí una palabra usada para expresar la obediencia a alguien que se halla en autoridad, como en Tito 3:1. Al estar conscientes de la autoridad de Cristo, estaba diciendo el equivalente a: "Tenemos que obedecer." Anteriormente, en Hechos 4:19, dijeron: "Juzgad." Pero el Sanedrín no juzgó que los apóstoles tenían una necesidad dispuesta por Dios, de esparcir el Evangelio. Por tanto, ahora ellos tenían que declararse con toda fortaleza. Pedro no dudó en recordarles cómo el Dios de sus padres (el Dios que guarda su pacto, el Dios que le había hecho la promesa a Abraham) resucitó a Jesús. Después, una vez más, hizo un contraste entre la forma en que Dios trató a Jesús y la forma en que los dirigentes judíos lo trataron, colgándolo de un madero. Contrariamente a lo que ellos temían, los apóstoles no deseaban, ni Dios tenía la intención de castigarlos por esto. Más bien. Dios había exaltado a Jesús, el mismo que ellos habían crucificado, con (a) su diestra para que fuera Príncipe (autor, fundador) y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento (es decir, oportunidad de arrepentirse) y perdón de pecados. Por supuesto que Pedro aquí no tiene la intención de restringir esta ofrenda de perdón a Israel, sino simplemente aplicarla a aquellos con los que estaba hablando. El propósito de Dios era darles perdón y salvación a todos los pecadores. Su culpa sería cancelada si querían arrepentirse. Al exaltar a Jesús, Dios lo había puesto en una posición donde sería fácil arrepentirse o cambiar su actitud con respecto a El. Como anteriormente, los apóstoles hicieron resaltar que ellos eran los testigos de Cristo y de estas cosas (estas palabras; griego rhemáton, vocablo usado para las "palabras" de esta vida en el versículo 20). Después Pedro añadió que también lo era el Espíritu Santo que Dios había dado (y todavía da, como en el día de Pentecostés) a los que le obedecen (y reconocen su autoridad). El es el Dador (Juan 15:26, 27). Se ve bien claro que el don del Espíritu no estaría limitado a los apóstoles o a su época. Evidentemente, la mayoría del Sanedrín pensó que las palabras de Pedro significaban que los apóstoles no sólo los consideraban culpables de la muerte de Jesús, sino también de negarse a aceptar la autoridad de Dios y obedecerlo. (De hecho, los apóstoles unieron su testimonio al testimonio del Espíritu.) Por esto, en lugar de aceptar la oferta de arrepentimiento, nse enfurecieron (se sintieron atravesados, tocados hasta la médula con ira, indignación y celos). Inmediatamente comenzaron los procedimientos para matar a los apóstoles. (Se usa la misma palabra para matar aquí, que cuando se habla de matar a Jesús, en Hechos 2:23.) El Consejo De Gamaliel (5:34-42) "Entonces levantándose en el concilio un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, venerado de todo el pueblo, mandó que sacasen fuera por un momento a los apóstoles, y luego dijo: Varones israelitas, mirad por vosotros lo que vais a hacer respecto a estos hombres. Porque antes de estos días se levantó Teudas, diciendo que era alguien. A éste se unió un número como de cuatrocientos hombres; pero él fue muerto, y todos los que le obedecían fueron dispersados y reducidos a nada. Después de éste, se levantó Judas el galileo, en los días del censo, y llevó en pos de sí a mucho pueblo. Pereció también él, y todos los que le obedecían fueron dispersados. Y ahora os digo: Apartaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá; mas si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios. Y convinieron con él; y llamando a los apóstoles, después de azotarlos, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y los pusieron en libertad. Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre. Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo". Los primeros en actuar en contra de los apóstoles, fueron los saduceos. Pero esta vez, se había reunido todo el Sanedrín, y en él había algunos fariseos prominentes. Entre ellos se hallaba Gamaliel, doctor (maestro autorizado) de la Ley, altamente estimado por todo el pueblo. En el Talmud judío se afirma que era nieto de Hillel (el maestro más influyente de los fariseos, tenido en gran estima por todos los judíos ortodoxos posteriores). Pablo fue instruido por Gamaliel, y se convirtió en uno de sus estudiantes más sobresalientes. Levantándose, Gamaliel se hizo cargo de la situación y ordenó que sacaran a los apóstoles por un momento. Entonces procedió a advertirle al Sanedrín que tuviera cautela y mirara (le prestara cuidadosa atención) lo que iba a hacer (o estaba a punto de hacer) a estos hombres. Con dos ejemplos, les recordó a los miembros del concilio que en el pasado, algunos personajes habían reunido seguidores, pero no habían llegado a nada. El primer ejemplo fue Teudas, quien dijo de sí mismo que era alguien. Teudas era un nombre corriente, y es probable que fuera uno de los rebeldes que se levantaron después de la muerte de Herodes el Grande en el año 4 a.C. (Josefo habla de otro Teudas que surgió después.) A este Teudas se le unieron unos cuatrocientos hombres. Fue asesinado, y todos los que le obedecían (y creían en él) fueron dispersados y reducidos a nada. Después de Teudas, se levantó Judas el galileo en los días del censo (hecho para preparar los impuestos). Este llevó tras de sí un considerable número de personas. Pero él también pereció, y todos los que le obedecían fueron dispersados. La conclusión a la que llegó Gamaliel fue que debían apartarse de estos hombres y dejarlos (permitir que se fueran), porque si este consejo o esta obra era de (salida de) los hombres, se desvanecería (sería derrocada, destruida). Pero si era de Dios, no podrían destruirla (ni destruirlos a ellos), "no seáis tal vez hallados luchando contra Dios". Debemos recordar que este era un refrán de los fariseos. Es decir, el relato inspirado dice claramente que fue Gamaliel quien dijo esto; las palabras que se recogen aquí como dichas por él, eran las conclusiones de su propio pensamiento, su razonamiento humano, y no una verdad de Dios. Por supuesto que es cierto que lo que es de Dios no puede ser destruido. También es cierto que es absurdo tratar de unir medios físicos para destruir fuerzas espirituales. Pero no es cierto que todo lo que es de los hombres sea destruido pronto y sus seguidores sean dispersados. Hay muchas religiones paganas, doctrinas falsas y sectas modernas que mantienen grupos de seguidores después de muchos años. Los juicios del final de esta época las harán llegar a su fin a todas, y las cosas de Dios continuarán. Sin embargo, debemos tener cuidado en no llevar demasiado lejos las palabras de Gamaliel. Lo cierto es que surtieron su efecto sobre el Sanedrín, y los gobernantes fueron persuadidos por él. Después, hicieron entrar a los apóstoles y los azotaron fuertemente (con látigos que les quitaron la piel de la espalda). La palabra griega puede significar en realidad "despellejar". De esta manera, el concilio aún expresó su rencor y su indignación contra los apóstoles, probablemente con los 39 latigazos acostumbrados. (Vea 2 Corintios 11:24; Deuteronomio 25:3.) (Jesús les había advertido que esto sucedería: Marcos 13:9.) Entonces, el concilio les intimó (les ordenó) que no hablasen en el nombre de Jesús, y se les puso en libertad. Salieron de la presencia del Sanedrín gozosos por haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre. Es decir, sufrieron por todo lo que incluye el Nombre de Jesús, y por tanto su personalidad y naturaleza, especialmente su mesianidad, su divinidad, su condición de Salvador y su señorío. (Vea Filipenses 2:9, 10.) La oposición de los dirigentes judíos se suavizó por un tiempo, y los apóstoles pudieron continuar su ministerio con libertad. Todos los días en el Templo, y de casa en casa, nunca cesaban de enseñar y predicar las buenas nuevas de Jesucristo (el Mesías Jesús). Valientemente, desafiaban las órdenes del Sanedrín, sin prestar atención alguna a sus amenazas.
Comentario a Hechos de los Apóstoles Capítulo 06 El capítulo 4 de los Hechos relata el primer ataque que recibió la Iglesia desde el exterior. El capítulo 5 describe un ataque procedente del interior. En ambos casos, la Iglesia siguió creciendo. Ahora vemos en el capítulo 6, que el número de los discípulos (aprendices, los creyentes que deseaban aprender más sobre Jesús y el Evangelio) seguía creciendo aún. Los Siete Escogidos (6:1-7) En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquellos eran desatendidas en la distribución diaria. Entonces los doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas. Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo. Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra. Agradó la propuesta a toda la multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócero, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a Nicolás prosélito de Antioquia; a los cuales presentaron ante los apóstoles, quienes, orando, les impusieron las manos. Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe. ¿Qué sucede cuando crece una comunidad de personas? Todos los recién llegados que se aglomeran, causan problemas. En este caso, la Iglesia creciente tenía representación de todos los estratos sociales de aquel momento en Jerusalén y en Judea. Algunos de ellos habían nacido allí y hablaban hebreo en sus hogares; conocían el griego como segundo idioma, puesto que el griego había sido el idioma del tráfico mercantil, el comercio y el gobierno desde los días de Alejandro Magno. En cambio, los judíos nacidos fuera de Palestina no sabían hebreo bien, y normalmente hablaban en griego. Puesto que representaban a muchos países, el griego era la única lengua que todos ellos comprendían. En los capítulos anteriores vimos que los creyentes contribuían a un fondo común para beneficio de los necesitados. A medida que el tiempo fue pasando, la mayoría encontraron trabajos, por lo que ya no necesitaron esta ayuda. Sin embargo, las viudas no podían salir a buscar trabajo. No era nada extraño en aquellos días, especialmente entre los gentiles, que las viudas murieran de hambre. Así es como, en el momento en que comienza este capítulo, las viudas eran las únicas que seguían necesitando la ayuda de este fondo. Es evidente que aquellos creyentes que podían, todavía les traían dinero a los apóstoles para dicho fondo; los apóstoles eran los responsables de que las necesidades de las viudas fueran satisfechas. Es probable que fuera aumentando la tensión durante algún tiempo entre los creyentes que hablaban griego y los que hablaban hebreo, antes de aflorar a la superficie. El idioma siempre es una seria barrera entre las personas. Es fácil que un grupo minoritario se sienta abandonado, especialmente si no entiende el idioma. De hecho, el que no pudieran comprender es posible que haya causado que las viudas que hablaban griego se retrajeran, de tal manera que fueran pasadas por alto con facilidad. Finalmente, la murmuración (descontento a media voz) se levantó entre los creyentes de habla griega contra los de habla hebrea, porque sus viudas eran desatendidas (pasadas por alto) en la distribución diaria. Entonces, los Doce (los apóstoles, entre ellos Matías) llamaron a la multitud (todo el conjunto) de los discípulos y les dijeron que no era justo (agradable, satisfactorio, aceptable) que ellos dejaran (abandonaran) la Palabra de Dios (su enseñanza y predicación) para servir a las mesas (mesas de dinero). Les dijeron a los creyentes que buscaran de entre ellos siete hombres llenos del Espíritu Santo y de sabiduría práctica. A éstos, los apóstoles los encargarían de (pondrían al frente de) este trabajo. En otras palabras, los apóstoles especificaron las cualidades necesarias, y los demás miraron en la congregación para ver quiénes tenían estas cualidades en alto grado. Entonces escogieron a los siete a través de alguna forma de elección. "Encargar" significa simplemente "poner al frente de un cargo". Estos nombramientos no fueron arbitrarios. Fue la congregación la que escogió, y no los apóstoles. Aquí no se les llama "diáconos" a los siete, aunque el verbo es una forma de diakonéo, del cual se deriva la palabra. Lo mas probable es que esta elección sirviera de precedente para lo que en la Iglesia posterior encontraremos como un oficio. (Vea 1 Timoteo 3:8-12; Romanos 16:1, donde Febe es llamada diácono, y no diaconisa.) Algunos ven un significado especial en el número siete. Podría simbolizar un número "completo". Parece más probable que la única razón para tener siete era porque hacían falta siete para mantener la contabilidad y darles el dinero a las viudas. (La palabra griega usada para mesas en este pasaje, significa mesas de dinero.) La selección de aquellos siete hombres les permitió a los apóstoles dedicarse a la oración y el ministerio (la ministración) de la Palabra. Es decir: los apóstoles servían la Palabra, ponían la mesa de la Palabra, mientras que los siete servían el dinero. No hubo disensiones ante esta propuesta (palabra, logas), porque agradó a la multitud (de los creyentes). A continuación seleccionaron a Esteban (en griego, "corona o diadema de vencedor"), un hombre lleno de fe y del Espíritu Santo; Felipe (en griego, "aficionado a los caballos"); Prócero; Nicanor; Timón; Parmenas y Nicolás, prosélito (gentil convertido al judaísmo) de Antioquía (de Siria). Todos ellos tienen nombres griegos, y sin duda alguna, procedían del grupo de creyentes de habla griega. Con toda certeza, esto muestra la gracia de Dios y la obra del Espíritu Santo en los corazones de los creyentes de habla hebrea. Ellos eran mayoría, pero escogieron todos los "diáconos" del grupo de la minoría. Estos siete estarían a cargo de la administración de los fondos para los necesitados de ambos grupos. Así, no había posibilidad de que los creyentes de habla griega tuvieran más quejas. Esto fue sabio. También muestra cómo el Espíritu Santo derribó la primera barrera que se alzó en la Iglesia. La muchedumbre puso a los siete ante los apóstoles, quienes les impusieron las manos. Esta imposición de manos fue probablemente algo similar al reconocimiento público de Josué en Números 27:18, 19. No le transmitía nada espiritual, puesto que ya era un hombre "en el cual se halla el Espíritu". Pero inauguraba un nuevo nivel de servicio. Esteban y los demás estaban llenos del Espíritu todos antes de esto. La imposición de manos también simbolizaba que pedían la bendición de Dios sobre ellos. Probablemente también orarían para que el Espíritu les concediera todos los dones y las gracias que fueran necesarios para llevar adelante este ministerio. Lucas termina este incidente con otra declaración sumaria, en la que dice que la Palabra del Señor crecía (seguía creciendo). Es decir, la proclamación de la Palabra crecía, lo cual indica que no sólo eran los apóstoles los que estaban comprometidos en su esparcimiento. El número de los discípulos seguía multiplicándose (aumentando) en Jerusalén, y un gran número de sacerdotes obedecían a la fe también. Era un gran logro el que ellos hubieran aceptado el Evangelio y la obediencia a las enseñanzas de los apóstoles, puesto que la mayoría de los sacerdotes eran saduceos que no creían en la resurrección. Es probable que estos sacerdotes continuaran ejerciendo su oficio sacerdotal, puesto que los cristianos judíos eran fieles todos al culto del Templo. Esteban Es Acusado (6:8-15) Y Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo. Entonces se levantaron unos de la sinagoga llamada de los libertos, y de los de Cirene, de Alejandría, de Cilicia y de Asia, disputando con Esteban. Pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba. " Entonces sobornaron a unos para que dijesen que le habían oído hablar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios. Y soliviantaron al pueblo, a los ancianos y los escribas; y arremetiendo, le arrebataron, y le trajeron al concilio. Y pusieron testigos falsos que decían: Este hombre no cesa de hablar palabras blasfemas contra este lugar santo y contra la ley; pues le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá este lugar, y cambiará las costumbres que nos dio Moisés. Entonces todos los que estaban sentados en el concilio, al fijar los ojos en él, vieron su rostro como el rostro de un ángel. El hecho de que los siete (diáconos) fueran escogidos para realizar un servicio más bien rutinario, no limitó su ministerio. Esteban, lleno de gracia y de gran poder, comenzó a hacer (y siguió haciendo) grandes prodigios y señales entre el pueblo. El pueblo no era un simple grupo de espectadores, sino que experimentaba los milagros como dones de Dios que satisfacían sus necesidades. Esta es la primera vez que leemos algo sobre milagros que son hechos por alguien que no es apóstol. Sin embargo, lo importante es que el Espíritu Santo obraba a través de Esteban. El poder sobrenatural del Espíritu era el que hacía la obra. Pronto surgió la oposición. Esta vez vino de judíos de habla griega, quienes, como Esteban, habían regresado para vivir en Jerusalén. Tenían su propia sinagoga (o sinagogas)," en la cual había judíos que eran libertos (hombres liberados, probablemente tomados como esclavos y llevados a Roma, puestos en libertad posteriormente por sus amos romanos). Algunos eran cireneos (de Cirene, al oeste de Egipto en la costa del Mediterráneo) y alejandrinos (de Alejandría, en Egipto). Otros eran de Cilicia (la provincia de donde era oriundo Pablo, en el sureste del Asia Menor) y de la provincia de Asia (en el oeste del Asia Menor). La mayoría de estos judíos de la dispersión tenían que enfrentarse con muchos peligros en sus enseñanzas, puesto que vivían rodeados por gentiles. Por esto, se defendían con más rapidez de todo lo que fuera diferente a lo que sus rabinos les habían enseñado. Pero, aunque trataron de disputar (o debatir) con Esteban, no tenían ni la fuerza ni el poder necesarios para enfrentarse a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba. En otras palabras, Esteban no dependía de su propia sabiduría, sino de la unción y de los dones del Espíritu Santo. ¡No es de extrañar que todos sus argumentos cayeran por tierra! A pesar de esto, todavía se siguieron negando a creer, y estaban decididos a detener a Esteban. Por tanto, sobornaron a unos hombres (los convencieron de alguna forma incorrecta) para que dijeran que lo habían oído hablar palabras blasfemas (abusivas, injuriosas) contra Moisés y contra Dios. Es probable que lo que hicieran fuera torcer y malinterpretar las enseñanzas de Jesús que Esteban repetía. Jesús había sido acusado de blasfemia también. Después, soliviantaron al pueblo y también a los ancianos y a los escribas (expertos en la Ley). Con todo este apoyo, arremetieron contra Esteban (de forma súbita e inesperada), lo arrebataron (lo atraparon violentamente y lo mantuvieron firmemente asido), y lo trajeron al concilio (el Sanedrín, o el lugar donde se estaban reuniendo). Entonces presentaron testigos falsos, que presentaban las palabras de Esteban de una forma falsa y engañosa, con la peor interpretación posible. Estos tomaron la palabra para decir que aquel hombre no había cesado de hablar palabras blasfemas contra aquel lugar santo (el Templo) y contra la Ley (de Moisés). También aseguraban haber oído a Esteban decir que Jesús el Nazareno destruiría aquel lugar y cambiaría las costumbres (los ritos e instituciones) que Moisés les había dado. Esto, por supuesto, es una referencia a Mateo 26:61, Marcos 14:58 y Juan 2:19-21, donde Jesús había hablado en realidad del templo de su cuerpo y de su muerte y resurrección. (Vea también Mateo 12:42, donde Jesús afirma: "He aquí más que Salomón en este lugar.") En aquel momento, todos los que se hallaban sentados en el Sanedrín, fijaron sus ojos en él, y vieron su rostro como si fuera el de un ángel. Es probable que esto signifique que tenía un resplandor o brillo que era más que humano y procedía del cielo. Posiblemente era similar al de Moisés cuando descendió de la presencia de Dios en la montaña, o quizá como Jesús cuando se transfiguró y su gloria interior se puso de manifiesto.
Comentario a Hechos de los Apóstoles Capítulo 07 Defensa del Evangelio por Esteban, su martirio y muerte El sumo sacerdote (probablemente Caifás) le dio a Esteban la oportunidad de responder a los cargos al preguntarle si aquellas cosas eran así. El rechazo de José (7:1-16) "El sumo sacerdote dijo entonces: ¿Es esto así? Y él dijo- Varones hermanos y padres, oíd: El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham, estando en Mesopotamia, antes que morase en Harán, y le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela, y ven a la tierra que yo te mostraré. Entonces salió de la tierra de los caldeos y habitó en Harán; y de allí, muerto su padre. Dios le trasladó a esta tierra, en la cual vosotros habitáis ahora. Y no le dio herencia en ella, ni aun para asentar un pie; pero le prometió que se la daría en posesión, y a su descendencia después de él, cuando él aún no tenía hijo. Y le dijo Dios así: Que su descendencia sería extranjera en tierra ajena, y que los reducirían a servidumbre y los maltratarían, por cuatrocientos años. Mas yo juzgaré, dijo Dios, a la nación de la cual serán siervos; y después de esto saldrán y me servirán en este lugar. Y le dio el pacto de la circuncisión; y así Abraham engendró a Isaac, y le circuncidó al octavo día; Isaac a Jacob, y Jacob a los doce patriarcas. Los patriarcas, movidos por envidia, vendieron a José para Egipto; pero Dios estaba con él y le libró de todas sus tribulaciones, y le dio gracia y sabiduría delante de Faraón rey de Egipto, el cual lo puso por gobernador sobre Egipto y sobre toda su casa. Vino entonces hambre en toda la tierra de Egipto y de Canaán, y grande tribulación; y nuestros padres no hallaban alimentos. Cuando oyó Jacob que había trigo en Egipto, envió a nuestros padres la primera vez. Y en la segunda, José se dio a conocer a sus hermanos, y fue manifestado a Faraón el linaje de José. Y enviado José, hizo venir a su padre Jacob, y a toda su parentela, en número de setenta y cinco personas. Así descendió Jacob a Egipto, donde murió él, y también nuestros padres; los cuales fueron trasladados a Siquem, y puestos en el sepulcro que a precio de dinero compró Abraham de los hijos de Hamor en Siquem". Después de dirigirse cortésmente al Sanedrín, Esteban comenzó a hacer un repaso de la historia de Israel (una historia que todos ellos conocían bien). Su propósito era defender el Evangelio contra las falsas acusaciones y mostrar el paralelo que había entre la forma en que los judíos del Antiguo Testamento trataban a sus profetas y la forma en que los dirigentes de los judíos habían tratado a Jesús. Les recuerda cómo el Dios de la gloria (el Dios que se había revelado en gloria) apareció a Abraham estando éste en Mesopotamia (en Ur de los caldeos) antes que él viviera en Harán (Jarran estaría más cerca de la pronunciación hebrea). El Génesis no menciona esta aparición a Abraham en Ur, pero Nehemías 9:7 confirma que tuvo lugar. Dios le ordenó salir de su tierra y de su parentela (sus familiares y paisanos) para ir a la tierra (cualquier tierra) que Él le mostrara. Después de detenerse en Harán hasta que murió su padre, se trasladó a la tierra que después sería de Israel. Pero Dios no le dio herencia en ella, ni siquiera el espacio que cubre un pie. Sin embargo, le prometió dársela a él y a sus descendientes en posesión (permanente), aunque todavía no tenía hijo. Abraham aceptó la promesa y puso su vida en la mano de Dios. Dios también habló de que los descendientes de Abraham vivirían temporalmente como extranjeros en una tierra que les pertenecería a otros, que los harían esclavos y los tratarían mal durante cuatrocientos años. Pero también prometió juzgar a la nación que los haría esclavos. Después de aquello, podrían salir y lo servirían (adorarían) en aquel lugar (la tierra prometida). Otra cosa que Dios le dio a Abraham fue el pacto de la circuncisión; Isaac fue circuncidado al octavo día después de su nacimiento. Después vinieron Jacob y los doce patriarcas (cabezas de tribu o gobernantes tribales).Estos, movidos por la envidia, vendieron a José para Egipto. Pero Dios estaba con él. Lo libró de todas sus tribulaciones (circunstancias aflictivas) y le dio gracia y sabiduría delante del Faraón, el cual lo hizo gobernador (dirigente, primer hombre) sobre Egipto y sobre toda su casa (incluso sus asuntos de negocios). (Aquí Esteban estaba haciendo un fuerte contraste entre la forma en que los hermanos de José lo habían tratado, y la forma en que Dios lo había ayudado.) Cuando vino el hambre y gran tribulación (angustia), los patriarcas (identificados ahora como "nuestros padres"), no hallaban alimentos. Jacob, oyendo que había trigo (o pan) en Egipto, los envió allí. La segunda vez que llegaron, José se dio a conocer y le reveló su raza al Faraón. Después envió a buscar a Jacob y a todos sus parientes, 75 personas. Jacob descendió y murió allí, y también los padres (los hijos de Jacob), los cuales fueron trasladados a Siquem y colocados en la tumba comprada a precio de dinero de los hijos de Hamor (Emor), el padre de Siquem (Génesis 33:19). En todo este relato hay un sutil énfasis en la forma en que José fue vendido por sus hermanos celosos, y sin embargo fue usado por Dios para salvarles la vida. También hace énfasis en la fe de Abraham, quien creyó la promesa de Dios, aun cuando no veía evidencia alguna de que fuera cumplida. Estos miembros del Sanedrín se negaban a creer a Dios, aun cuando Él había proporcionado evidencias de que había cumplido su promesa a través de la resurrección de Jesús. La forma en que sus hermanos trataron a José y el contraste con la forma en que Dios lo trató, también es un paralelo con la forma en que los dirigentes judíos habían tratado a Jesús. El rechazo de Moisés (7:17-37) "Pero cuando se acercaba el tiempo de la promesa, que Dios había jurado a Abraham, el pueblo credo y se multiplicó en Egipto, hasta que se levantó en Egipto otro rey que no conocía a José- Este rey, usando de astucia con nuestro pueblo, maltrató a nuestros padres, a fin de que expusiesen a la muerte a sus niños, para que no se propagasen. En aquel mismo tiempo nació Moisés, y fue agradable a Dios; y fue criado tres meses en casa de su padre. Pero siendo expuesto a la muerte, la hija de Faraón le recogió y le crió como a hijo suyo. Y fue enseñado Moisés en toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso en sus palabras y obras. Cuando hubo cumplido la edad de cuarenta años, le vino al corazón el visitar a sus hermanos, los hijos de Israel. Y al ver a uno que era maltratado, lo defendió, e hiriendo al egipcio, vengó al oprimido. Pero él pensaba que sus hermanos comprendían que Dios les daría libertad por mano suya; mas ellos no lo habían entendido así. Y al día siguiente, se presentó a unos de ellos que reñían, y los ponía en paz, diciendo: Varones, hermanos sois, ¿por qué os maltratáis el uno al otro? Entonces el que maltrataba a su prójimo le rechazó, diciendo: ¿Quién te ha puesto por gobernante y juez sobre nosotros? ¿Quieres tú matarme, como mataste ayer al egipcio? Al oír esta palabra. Moisés huyó, y vivió como extranjero en tierra de Madián, donde engendró dos hijos. Pasados cuarenta años, un ángel se le apareció en el desierto del monte Sinaí, en la llama de fuego de una zarza. Entonces Moisés, mirando, se maravilló de la visión; y acercándose para observar, vino a él la voz del Señor: Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob. Y Moisés, temblando, no se atrevía a mirar. Y le dijo el Señor; Quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra santa. Ciertamente he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su gemido, y he descendido para librarlos. Ahora, pues, ven, te enviaré a Egipto. A este Moisés, a quien habían rechazado, diciendo: ¿Quién te ha puesto por gobernante y juez?, a éste lo envió Dios como gobernante y libertador por mano del ángel que se le apareció en la zarza. Este los sacó, habiendo hecho prodigios y señales en tierra de Egipto, y en el Mar Rojo. y en el desierto por cuarenta años. Este Moisés es el que dijo a los hijos de Israel: Profeta os levantará el Señor vuestro Dios de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis". A continuación Esteban relata la forma en que los israelitas crecieron y se multiplicaron en Egipto cuando se aproximaba el tiempo del cumplimiento de la promesa que Dios le había hecho a Abraham (la promesa de que sus descendientes poseerían la tierra de Canaán). Este crecimiento continuó hasta que se levantó un rey (que pertenecía a una nueva dinastía) que no conocía a José. Este maltrató a Israel con astucia y malos tratos. Hasta llegó a exigir que se expusiera a los niños para que no pudieran vivir. ("Exponer" es aquí un término usado para expresar la idea de poner al recién nacido en algún lugar donde los elementos o los animales salvajes le dieran muerte.) En aquel mismo tiempo nació Moisés, que fue muy agradable a Dios (amado por Él). Esto puede significar que fue hecho agradable por Dios, o considerado así por Él. Pero sabemos que Dios estaba con Moisés desde su nacimiento. El cuidado de Dios se manifestó cuando Moisés fue expuesto después de tres meses en la casa de su padre. La hija del Faraón lo recogió y lo crió como a hijo suyo. Así fue como Moisés fue enseñado (entrenado, instruido) en toda la sabiduría de Egipto, y era poderoso en sus palabras y obras. Esto es significativo, porque ya los egipcios habían hecho grandes adelantos en ciencia, ingeniería, matemáticas, astronomía y medicina. A los cuarenta años Moisés quiso visitar (cuidar, aliviar, proteger) a sus hermanos israelitas. Viendo a uno de ellos que era maltratado injustamente, lo defendió, vengó (hizo justicia) al oprimido, e hirió al egipcio. Este era el punto importante para Esteban en esta parte del relato. Moisés hizo esto porque suponía que sus hermanos israelitas comprenderían que Dios, por su mano, les daría libertad, pero no fue así. Esteban veía un claro paralelo aquí con la forma en que los dirigentes judíos no eran capaces de comprender lo que Dios había hecho por medio de Jesús para proporcionarles la salvación. Cuando rechazaban a Jesús en realidad no era nada en contra de Él tampoco, puesto que sus padres durante un tiempo rechazaron a Moisés. Continuando con la historia, Esteban les recordó cómo Moisés había querido reconciliar a unos israelitas que reñían, y ponerlos en paz, diciendo; "Varones, hermanos sois, ¿por qué os maltratáis el uno al otro?" Pero el que estaba maltratando a su prójimo lo rechazó, diciendo: "¿Quién te ha puesto por gobernante y juez sobre nosotros? ¿Quieres tú matarme, como mataste ayer al egipcio?" Ante esto. Moisés huyó, y vivió como extranjero en Madián, donde nacieron sus dos hijos varones. Cuando habían pasado cuarenta años, un ángel del Señor se le apareció en el desierto del monte Sinaí en la llama de fuego de una zarza. Moisés estaba asombrado ante lo que veía. Cuando se acercó (por curiosidad) para observar, Dios le habló, declarándole que era el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Entonces Moisés tembló y no se atrevía a mirar (observar). El Señor le dijo que se quitara el calzado de los pies, porque el lugar en que estaba era tierra santa (aunque estuviera lejos de la tierra prometida). Dios había visto ciertamente la aflicción de su pueblo en Egipto y había oído su gemido. Había descendido ahora para librarlo: enviaría a Moisés a Egipto. En este momento, Esteban hace resaltar su argumento principal en esta parte del relato. Este Moisés, a quien habían rechazado (negado, desechado), fue el que Dios envió por mano (con poder) del Ángel que se le había aparecido en la zarza, para que fuera gobernante y libertador (rescatador, término usado originalmente para hablar de quienes pagaban un rescate para redimir o liberar esclavos o prisioneros). Después de manifestar prodigios y señales en Egipto y en el desierto, los sacó. Entonces, como punto culminante de esta sección, Esteban les recuerda que este era el mismo Moisés (el Moisés que ellos habían rechazado y Dios había usado para salvarlos y sacarlos de Egipto) que les había dicho a los israelitas que Dios levantaría un profeta para ellos que seria como él. A éste deberían oír (escuchar y obedecer). Los dirigentes judíos sabían cómo los apóstoles aplicaban este pasaje sobre el profeta semejante a Moisés: todos los judíos creyentes se lo aplicaban a Jesús. Esteban les estaba diciendo que al no escuchar a Jesús, estaban desobedeciendo a Dios, y tratando a Moisés con desprecio. El rechazo de Dios (7:38-43) Este es aquel Moisés que estuvo en la congregación en el desierto con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres, y que recibió palabras de vida que darnos; al cual nuestros padres no quisieron obedecer, sino que le desecharon, y en sus corazones se volvieron a Egipto, cuando dijeron a Aarón: Haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido. Entonces hicieron un becerro, y ofrecieron sacrificio al ídolo, y en las obras de sus manos se regocijaron. Y Dios se apartó, y los entregó a que rindiesen culto al ejército del cielo; como está escrito en el libro de los profetas: ¿Acaso me ofrecisteis víctimas y sacrificios en el desierto por cuarenta años, casa de Israel? Antes bien llevasteis el tabernáculo de Moloc, y la estrella de vuestro dios Renfán, figuras que os hicisteis para adorarlas. Os transportaré, pues, más allá de Babilonia. Esteban pasa esta vez a un rechazo mucho peor, el de Dios. Habla nuevamente de Moisés. El estaba en la congregación (asamblea, en griego ekklesía) en el desierto con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí y con todos los padres. Recibió (de buen grado) palabras de vida (manifestaciones divinas) que darle a Israel. Pero los padres, negándose a obedecerlo, lo rechazaron y en sus corazones se volvieron a Egipto. Así lo demostraron al pedirle a Aarón que les hiciera dioses que fueran delante de ellos. Despreciaron a Moisés al decir en forma derogatoria que a este Moisés que los había sacado de Egipto, no sabían qué le había acontecido (Éxodo 32:1). Entonces hicieron (la imagen de) un becerro y sacrificaron al ídolo (imagen) y se regocijaron (hicieron fiesta, armaron algazara) en las obras de sus manos. Puesto que se trataba de un rechazo no sólo de Moisés, sino también de Dios, Él se apartó y los entregó a que rindiesen culto (sirviesen) al ejército del cielo. Recibieron las consecuencias que se habían merecido con su acción. Esteban veía esto confirmado en Amos 5:25-27. Esta cita muestra que los israelitas en el desierto, en realidad no le ofrecieron sus sacrificios al Señor durante los cuarenta años restantes. Por supuesto que guardaron todas las formas, pero la idolatría que comenzó entonces, siguió tentando a Israel (y así fue hasta que fueron exiliados a Babilonia). Así, hasta en el desierto, después de ver la gloria de Dios, llevaron el tabernáculo (la tienda) de Moloc (un dios lujurioso como Venus, adorado por los amonitas y algunos pueblos semitas más). ¡Qué contraste con el tabernáculo del testimonio mencionado en el versículo 44! También adoraron la estrella del dios Renfán (probablemente el nombre asirio del planeta Saturno, llamado Quilín en Amos 5:26). Ambos eran figuras (imágenes) que se habían hecho ellos mismos para adorarlas. (Probablemente estas imágenes fueran pequeños ídolos llevados en secreto por estos israelitas.) Como consecuencia. Dios le dijo a Israel que lo transportaría más allá de Babilonia. En esto vemos también que Esteban está diciendo que habían sido sus padres los que habían rechazado a Moisés y a la Ley, con lo cual se estaban rebelando contra el Dios que había dado la Ley. Aunque Esteban no lo dice, ellos sabían que Jesús no era así. Eran los padres de Israel, y no Jesús, los que habían querido cambiar las leyes, las costumbres y las enseñanzas que Moisés les había dado. El Templo no es suficiente (7:44-50) Tuvieron nuestros padres el tabernáculo del testimonio en el desierto, como había ordenado Dios cuando dijo a Moisés que lo hiciese conforme al modelo que había visto. El cual, recibido a su vez por nuestros padres, lo introdujeron con Josué al tomar posesión de la tierra de los gentiles, a los cuales Dios arrojó de la presencia de nuestros padres, hasta los días de David. Este halló gracia delante de Dios, y pidió proveer tabernáculo para el Dios de Jacob. Mas Salomón le edificó casa; si bien el Altísimo no habita en templos hechos de mano, como dice el profeta: El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? dice el Señor; ¿O cuál es el lugar de mi reposo? ¿No hizo mi mano todas estas cosas? Esteban pasa ahora a responder su acusación sobre lo que él había dicho del Templo. No trata de explicar lo que Jesús quería decir realmente al hablar de "destruir este templo". En cambio, les recuerda que los Padres tenían el tabernáculo (tienda) del testimonio, llamado así porque contenía el arca del pacto con las dos tablas (tablillas) de piedra que eran testimonio (o testigos) del pacto entre Dios y su pueblo. Dios había ordenado construir esta tienda, diciéndole a Moisés que la hiciera conforme al modelo que había visto (Éxodo 25:9, 40; 26:30; 27:8). La siguiente generación de los padres recibió el tabernáculo y lo introdujo con Josué (Jesús es la forma griega de Josué, como aparece en el original en Hebreos 4:8) en la tierra que antes había sido posesión de las naciones a las que Dios expulsó delante de los padres hasta los días de David. Es decir, el tabernáculo duró hasta los días de David. David encontró favor delante de Dios, y deseaba personalmente proveer tabernáculo (lugar permanente de habitación) para el Dios de Jacob. Pero fue Salomón quien le construyó una casa. En este momento, Esteban declaró que el Altísimo no habita (permanentemente) en lo que es hecho de mano. Para probar esto, citó a Isaías 66:1 y parte del versículo 2. En este lugar de las Escrituras, Dios le dice a Isaías que el cielo es su trono y la tierra el estrado de sus pies. ¿Qué casa podrían edificarle, o cuál seria el lugar de su reposo? O, ¿en qué lugar podría Dios establecerse para convertirlo en su morada permanente? ¿No era El quien había hecho todas aquellas cosas? Esteban no estaba negando que Dios hubiera manifestado su presencia en el Templo. Pero, al igual que los profetas, veía que el Dios que había creado los cielos y la tierra no puede quedar limitado a ningún edificio ni templo de la tierra. De hecho. Salomón estaba de acuerdo con esto. (Vea 1 Reyes 8:27; 2 Crónicas 6:1, 2,18. Vea también Isaías 57:15.) El rechazo al Espíritu Santo (7:51-60) "¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros, ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores; vosotros que recibisteis la ley por disposición de ángeles, y no la guardasteis. Oyendo estas cosas, se enfurecían en sus corazones, y crujían los dientes contra él. Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo; He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios. Entonces ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él. Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo. Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió". Es evidente que Esteban notó que no aceptaban su mensaje. Posiblemente entre sus oyentes se produjeran murmullos de ira. Por esto los reprendió. Eran duros de cerviz (testarudos) e incircuncisos de corazón y oídos. (Vea Levítico 26:41; Deuteronomio 10:16; 30:6; Jeremías 6:10; 9:26; Ezequiel 44:7.) Es decir, su actitud y su negación a escuchar el Evangelio los ponía al mismo nivel de los gentiles que estaban fuera del pacto con Dios y lo rechazaban. Estaban oyendo, pensando y tramando en la forma en que lo hacían los gentiles sin fe. En realidad, aquellos dirigentes judíos estaban resistiéndose activamente al Espíritu Santo, tal como lo habían hecho sus padres. (Vea Mateo 5:11, 12; 23:30, 31.) Mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo. Ahora había sido El a quien habían traicionado y matado. Ciertamente, su culpa era mayor que la de quienes habían matado a los profetas. Estos dirigentes judíos que habían rechazado a Jesús, habían recibido la Ley, que había sido dada por disposición (reglamento, estatuto) de ángeles. Pero no la guardaron (no la observaron). O sea, que eran los dirigentes judíos, y no Jesús ni los cristianos, quienes habían desechado la Ley al matar a Jesús. Esta reprensión los hizo enfurecerse en sus corazones (cortó hasta llegar a sus corazones), y aquellos miembros tan dignos del Sanedrín crujieron los dientes contra Esteban. Con esta expresión de ira y exasperación sólo probaban que era cierto que estaban resistiendo al Espíritu Santo. Al contrario de lo que les sucedía a ellos, Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba (de pie, según el texto griego) a la derecha de Dios (en el lugar de autoridad). Otros pasajes hablan de Jesús sentado a la derecha de Dios (Marcos 14:62; Lucas 22:69). Esto parece indicar que Jesús se levantó para darle la bienvenida al primer mártir que daría testimonio a cambio de su vida. Notemos también que Esteban usó el término que el Sanedrín había oído usar a Jesús con frecuencia al hablar de sí mismo: "el Hijo del Hombre". AI oír esto, el Sanedrín dio grandes voces (chillaron). Se pusieron las manos en los oídos para no escuchar las palabras de Esteban, y a una (con un mismo impulso espontáneo y los mismos propósitos), arremetieron contra él, lo echaron fuera de la ciudad (Números 15:35) y comenzaron a apedrearlo. La ley romana no les permitía a los judíos llevar a cabo ejecuciones (Juan 18:31). No obstante, es probable que esto sucediera cerca del final del gobierno de Pilato, cuando éste había caído en desgracia con las autoridades de Roma, y aquellos judíos se aprovecharon de su debilidad. También hay evidencias de que Vitelo (35-37 d.C.), legado imperial, estaba en aquellos momentos tratando de ganarse el favor de los judíos, y hubiera estado inclinado a pasar por alto todo cuanto hicieran. Sin embargo, el Sanedrín sí siguió los procedimientos legales, haciendo que los testigos tiraran la primera piedra (Deuteronomio 17:7). En efecto, estos se quitaron los ropajes exteriores para estar más libres al tirar las piedras, y los depositaron a los pies de un joven llamado Saulo. De esta manera vemos que Saulo fue testigo ocular de la muerte de Esteban, y probablemente de su predicación. Esta es la primera mención de Saulo, y nos prepara para lo que se dirá más adelante. Mientras apedreaban a Esteban, él invocaba a Dios diciendo: "Señor Jesús, recibe mi espíritu." Entonces, puesto de rodillas, clamó a gran voz: "Señor, no les tomes en cuenta este pecado." ("No pongas este pecado en su cuenta", sería una buena paráfrasis que expresaría el sentido de su exclamación.) ¡Cuánto se parecía a Jesús! (Vea Lucas 23:34.) Después de haber dicho esto, Esteban durmió. Es decir, murió. (Compare con 1 Tesalonicenses 4:15; 2 Corintios 5:8; Filipenses 1:23.) Hubo algo especialmente pacífico en esta muerte, a pesar de su naturaleza violenta. De esta forma, Esteban se fue a estar con Jesús y se convirtió en el primer mártir de la Iglesia primitiva el primero en una larga lista de creyentes que darían su vida por Jesús y por el Evangelio.
Comentario a Hechos de los Apóstoles Capítulo 08 Los versículos 1 y 3 de este capítulo mencionan a Saulo. Después, no se le vuelve a mencionar de nuevo hasta el capítulo 9. Aquí se dice que Saulo consentía en la muerte de Esteban. El texto griego es algo más fuerte: Saulo aprobaba total y completamente la muerte (el asesinato) de Esteban, y continuó actuando de acuerdo con ello. No compartía las ideas de Gamaliel, su antiguo maestro (Hechos 5:38). Al contrario: consideraba que las ideas de Esteban eran peligrosas y sentía que había que arrancarlas de raíz. Pero ni él ni todo el resto del Sanedrín fueron capaces de destruir la obra del Espíritu. La persecución hace esparcir el Evangelio (8:1-4). Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles. Y hombres piadosos llevaron a enterrar a Esteban, e hicieron gran llanto sobre él. Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel. Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio. Sin duda. Pablo fue uno de los principales instigadores de la persecución que se levantó contra la Iglesia en Jerusalén en aquel momento (en el mismo día en que Esteban fue asesinado). Tan intensa fue aquella persecución, que los cristianos fueron dispersados todos a través de Judea y Samaria. Sólo quedaron los apóstoles en Jerusalén. El versículo 2 podría ser una indicación del porqué. Hombres piadosos llevaron a enterrar a Esteban e hicieron gran llanto (golpeándose el pecho) sobre él. Esto era desusado en la tradición judía, que era opuesta a que se manifestara este tipo de respeto o de dolor por una persona ejecutada. "Hombres piadosos" es una referencia a hombres como los de Hechos 2:5, donde se usa la misma expresión. Eran judíos sinceros y devotos que todavía no habían aceptado a Cristo como su Mesías y Salvador, pero respetaban a Esteban y rechazaban la decisión del Sanedrín por equivocada e injusta. Por medio de ellos, la Iglesia volvería a crecer en Jerusalén. De hecho, cuando Pablo regresó a Jerusalén después de su conversión, había una fuerte iglesia allí. En marcado contraste con los hombres piadosos que se lamentaron sobre Esteban, Saulo se volvió cada vez más furioso y más enérgico en su persecución. Hizo verdaderos estragos en la Iglesia. La asoló y devastó literalmente. Entraba casa por casa, arrastraba fuera de ellas a hombres y mujeres, y los entregaba en la cárcel. Después, como veremos más adelante, cuando eran traídos a juicio, él votaba para que fueran ejecutados (Hechos 26:10). A pesar de todo, la persecución no detuvo el esparcimiento del Evangelio. Tuvo el efecto exactamente opuesto. Antes de esta persecución, habían estado recibiendo enseñanza y entrenamiento de los apóstoles; ahora estaban listos para salir. La persecución fue la que los obligó a hacerlo, pero la realidad es que salieron. Los que se esparcieron no se establecieron. En cambio, se mantenían viajando de lugar en lugar, comunicando las buenas nuevas del Evangelio. Hechos 11:19 afirma que algunos viajaron hasta lugares tan distantes como Chipre, Fenicia y Antioquía. Podemos estar seguros de que viajaron hasta muchos otros lugares distantes también. Esto no quiere decir que fueran todos predicadores en el sentido actual de la palabra. Simplemente testificaban con gozo y libertad sobre Jesús. Aunque sólo eran personas corrientes, conocían la Palabra y se convirtieron en canales del amor y el poder de Jesús. Es evidente que ninguno de ellos se quejó por la persecución. La consideraron como otra oportunidad para ver qué haría el Señor. Felipe va a Samaria (8:5-13) Entonces Felipe, descendiendo a la dudad de Samaria, les predicaba a Cristo. Y la gente, unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo las señales que hacía. Porque de muchos que tenían espíritus inmundos, salían éstos dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados; así que había gran gozo en aquella ciudad. Pero había un hombre llamado Simón, que antes ejercía la magia en aquella ciudad, y había engañado a la gente de Samaria, haciéndose pasar por algún grande. A éste oían atentamente todos, desde el más pequeño hasta el más grande, diciendo: Este es el gran poder de Dios. Y le estaban atentos, porque con sus artes mágicas les había engañado mucho tiempo. Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres. También creyó Simón mismo, y habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe; y viendo las señales y grandes milagros que se hacían, estaba atónito. Sin embargo, hubo muchos que sí predicaron o proclamaron públicamente el Evangelio. Después de la afirmación general del versículo 4, Lucas nos da un ejemplo de lo que ha de haber sucedido por todas partes. Escoge al diácono Felipe como ejemplo, no porque lo que sucedió en Samaria fuera más grande que lo que sucedió en otras partes, sino por las lecciones que se aprendieron allí, y porque Samaria era el siguiente lugar en el mandato recibido en Hechos 1:8. También era importante Samaria porque allí el Espíritu rompería otra barrera más. Los samaritanos eran descendientes de aquellos hebreos de las diez tribus norteñas que se mezclaron con los pueblos que los asirlos llevaron al lugar después de capturar Samaria. Al principio, le daban culto al Señor, junto con otros dioses (2 Reyes 17:24-41). Más tarde, también construyeron su templo en el monte Gerizim. Pero unos cien años antes de Cristo, los judíos subieron y destruyeron aquel templo, obligando a los samaritanos a dejar su idolatría. En los tiempos del Nuevo Testamento, los samaritanos seguían la Ley de Moisés en forma muy similar a los judíos, pero decían que los sacrificios debían ser hechos en el monte Gerizim y no en el Templo de Jerusalén. Los judíos evitaban pasar por Samaria cuanto les fuera posible. De manera que Felipe necesitó valor para ir allí. Pero, al igual que los demás, era el Espíritu el que lo dirigía. Cuando llegó a la ciudad de Samaria, unos dieciséis kilómetros al norte del lugar donde Jesús habló con la mujer junto al pozo, comenzó a predicar a Cristo (proclamar la verdad de que El era el Mesías y Salvador). Podemos tener la seguridad de que el ministerio de Jesús en Samaria (Juan 4) no había sido olvidado. Estas cosas no se hacían en lo oculto. Los samaritanos, al igual que los judíos, esperaban un Mesías en el que se cumpliera Deuteronomio 18:15, 18, 19. La gente (las multitudes, en las que había toda clase de personas) unánime escuchaba el mensaje de Felipe, oyéndolo y viendo las señales que hacía. Aquí vemos que la promesa del Señor de confirmar la Palabra con señales que seguirían, no se limitaba a los apóstoles (Marcos 16:20). La gente oyó gritar a los que tenían espíritus inmundos en alta voz, cuando éstos salían de ellos. Vio a los que estaban paralíticos y a los cojos, recibir sanidad. La consecuencia fue que hubo gran gozo en aquella ciudad, el gozo de la salud y la salvación. Este éxito del Evangelio era un milagro mucho mayor de lo que parecería a simple vista, puesto que toda aquella gente había estado engañada (embrujada, atónita, maravillada) a manos de un hombre llamado Simón, que ejercía la magia (hechicería), y se hacía pasar por algún grande (algún ser de gran poder). A éste oían atentamente todos, desde el más pequeño hasta el más grande, diciendo: "Este es el gran poder de Dios." Le habían hecho caso durante mucho tiempo, porque los tenía asombrados con sus trucos mágicos. El pueblo vio algo mucho más maravilloso en los milagros de Felipe, y creyó las buenas nuevas del reino (gobierno, poder y autoridad) de Dios y el nombre de Jesucristo. El Evangelio que Felipe predicaba, insistía en este gobierno y poder de Dios, manifestado a través de Jesucristo en su personalidad y naturaleza como Mesías y Salvador. Seguramente les diría todo lo que Pedro les había dicho a sus oyentes en el día de Pentecostés y después. El pueblo creyó, no sólo a Felipe, sino también la verdad que él predicaba. Creyó en lo que decía acerca del reino (gobierno) de Dios; creyó en el nombre (poder y autoridad) de Jesús; aceptó lo que Felipe dijo acerca de la obra de Cristo, como Salvador y Señor crucificado y resucitado. Entonces se bautizaban tanto hombres como mujeres. Finalmente, hasta el mismo Simón creyó y fue bautizado. Entonces se unió en forma persistente y constante a Felipe. Simón estaba acostumbrado a engañar a la gente con sus trucos mágicos, y sabía que se podían hacer cosas pasmosas con ellos. Había observado a Felipe con el ojo profesional de un mago, y había llegado a la conclusión de que aquellos milagros eran reales. Estaba claro que aquellas señales y grandes obras de poder eran sobrenaturales. Por eso, él también estaba atónito (lleno de asombro y maravillado). Aquellos milagros no se parecían en nada a los trucos mágicos que él hacía. Hay quienes han puesto en duda que Simón haya creído de verdad. Pero la Biblia dice que creyó, y no hace ninguna observación sobre esta afirmación. Además, con seguridad, Felipe, que era un hombre dirigido por el Espíritu, no lo habría bautizado si no hubiera presentado evidencias de ser un verdadero creyente. Pedro y Juan en Samaria (8:14-25) Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo. Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo; Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo. Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado el pensamiento de tu corazón; porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás. Respondiendo entonces Simón, dijo: Rogad vosotros por mí al Señor, para que nada de esto que habéis dicho venga sobre mí. Y ellos, habiendo testificado y hablado la palabra de Dios, se volvieron a Jerusalén, y en muchas poblaciones de los samaritanos anunciaron el evangelio. La noticia de que Samaria había recibido (le había dado la bienvenida a) la Palabra de Dios, llegó pronto a oídos de los apóstoles, en Jerusalén. Estos enviaron a ellos a Pedro y a Juan (con un mensaje y un propósito), para darles ánimo a los nuevos creyentes. Sin embargo, en esto no hay indicación de que pensaran que el ministerio de Felipe era inferior o deficiente de forma alguna. Simplemente, querían ayudarlo. Cuando llegaron los dos apóstoles, lo primero que hicieron fue orar por los creyentes samaritanos, para que recibieran el Espíritu Santo. Se nota claramente que los apóstoles creían en la importancia del bautismo en el Espíritu Santo para todos. Aunque los samaritanos habían sido bautizados en agua y en el nombre (para la adoración y el servicio) del Señor Jesús, ninguno de ellos había recibido el don del Espíritu con la evidencia de hablar en otras lenguas. Es decir, que el Espíritu no había descendido sobre ninguno en la forma en que había descendido en el día de Pentecostés. Hay quienes suponen que la fe de los samaritanos no se centraba realmente en Jesús hasta que Pedro y Juan llegaron y oraron. Pero Felipe era un hombre lleno del Espíritu y de sabiduría. No habría bautizado a nadie, si su fe no era real. Otros suponen que Felipe no les enseñó a los samaritanos nada sobre el bautismo en el Espíritu Santo. Pero el hecho mismo de que él fuera a predicarles a Cristo, demuestra que creía que la promesa era para ellos. También se ve con claridad que los creyentes no eran capaces de ocultar parte alguna del mensaje. (Vea Hechos 4:20.) Como ya hemos visto, los samaritanos creyeron lo que Felipe predicó sobre el reino (gobierno) de Dios y el nombre (autoridad) de Jesús. La predicación en los Hechos asocia estas cosas con la promesa del Espíritu Santo. Podemos estar seguros de que Felipe, como los demás predicadores del libro de los Hechos, incluía en su mensaje la exaltación de Jesús a la derecha del Padre y la entrega de la promesa del Padre, el bautismo en el Espíritu Santo. El problema parece haber estado en los mismos samaritanos. Ahora se daban cuenta de que habían estado equivocados, no sólo con los engaños de Simón el mago, sino también con sus doctrinas samaritanas. Quizá, humillados, encontraban difícil expresar el paso de fe siguiente, necesario para recibir el bautismo en el Espíritu. Cuando Jesús hallaba fe expresada de forma sencilla, y fundada solamente en su Palabra, la llamaba "gran fe" y sucedían las cosas (Mateo 8:10, 13). Cuando la fe se alzaba por encima de los obstáculos y las pruebas, Jesús la llamaba también "gran fe", y las cosas sucedían (Mateo 15:28). Pero cuando la fe era débil. El no destruía lo que había. La ayudaba, algunas veces haciendo imposición de manos. No se nos dice si Pedro y Pablo impartieron otras enseñanzas más antes, o no. Pero cuando comparamos esta circunstancia con lo que se hacía en otros momentos, parece muy probable que sí lo hicieran. Después de haber orado por ellos, los dos apóstoles les impusieron las manos. Dios confirmó la fe de los creyentes, y éstos recibieron el Espíritu (estaban recibiendo el Espíritu públicamente; quizá uno tras otro, a medida que los apóstoles les iban imponiendo las manos). Algo que sucedió, llamó la atención de Simón. Lucas no nos dice qué fue, pero como hemos visto, es frecuente que no lo explique todo, cuando aparece con claridad en algún otro lugar. Por ejemplo, no menciona el bautismo en agua cada vez que habla de que la gente creía o era añadida a la Iglesia, pero se ve claro que no es significativo el que no lo mencione. Hay otros lugares del texto donde se muestra que todos los creyentes eran bautizados en agua. Por esta razón podemos decir que el hecho de que Lucas no mencione las lenguas aquí, no es significativo. Sin embargo, es claro que Simón ya había visto los milagros hechos a través de Felipe. La profecía no hubiera atraído su atención, porque hubiera sido en un lenguaje conocido, y no obviamente sobrenatural. En realidad, sólo hay una cosa que cuadra en esta circunstancia. En el día de Pentecostés, hablaron en lenguas, según el Espíritu les daba que se manifestasen; esto fue lo que atrajo la atención de la muchedumbre. Cuando los creyentes samaritanos comenzaron a hablar en lenguas, sucedió lo mismo con Simón. Pero las lenguas no son el asunto fundamental en este pasaje. Tampoco tuvieron el mismo efecto que en Pentecostés, porque allí no había presente nadie que supiera lenguas extranjeras. Por este motivo. Lucas no dice nada sobre las lenguas, para centrar la atención en la actitud equivocada de Simón. Cuando éste vio que se recibía el Espíritu Santo por medio de la imposición de manos de los apóstoles, no vino él mismo a recibirlo. En cambio, volvió a su antigua codicia y les ofreció dinero (les trajo riquezas como ofrenda) para que le dieran el poder (la autoridad) de imponer manos sobre las personas con los mismos resultados. No obstante, los versículos 17 y 18 no quieren decir que los apóstoles tuvieran tal autoridad. Primeramente habían orado para que los creyentes recibieran el Espíritu. Reconocían que era la promesa del Padre, y que debía descender del cielo. La palabra "por" del versículo 18, indica que eran agentes secundarios. Esto es, que Jesús es el que bautiza en el Espíritu Santo (Hechos 2:33). Los apóstoles eran tan sólo enviados de El para orar por aquellos creyentes y avivar la fe en ellos para que recibieran el Don. Tampoco se está señalando aquí que sea necesaria la imposición de manos para recibir el Espíritu, aunque Simón llegara equivocadamente a esta conclusión, como les ha sucedido a muchos maestros de la actualidad. Hay muchos otros pasajes que demuestran que Simón no estaba en lo cierto. No hubo imposición de manos en el día de Pentecostés, ni en la casa de Cornelio. Tampoco estaba la imposición de manos limitada a los apóstoles, puesto que Ananías, que era un laico de Damasco, fue quien impuso sus manos sobre Pablo, tanto para que sanara, como para que recibiera el Espíritu Santo. Aquí, la imposición de manos era una forma de darles la bienvenida al cuerpo de los creyentes, y también una forma de animar su fe para que recibieran el Don del Espíritu como respuesta a sus oraciones. Pedro reprendió a Simón con severidad. Lo que dijo literalmente fue: "Tu dinero perezca contigo (vaya contigo a la destrucción, probablemente la destrucción del lago de fuego), porque has pensado que el don de Dios (esto es, el Don del Espíritu Santo, como en 2:38; 10:45) se obtiene con dinero (riquezas terrenas). No tienes tú parte (porción, participación) ni suerte (porción) en este asunto, porque tu corazón no es recto (correcto, derecho) delante de Dios." Tenía un corazón torcido y una visión distorsionada de las cosas. Algunos suponen que el deseo que tenía Simón de comprar el don de Dios (gratuito) con dinero significa que quería ofrecerlo en venta. Pero esto habría sido imposible. Los apóstoles lo estaban ofreciendo de gratis, por ser el Don gratuito de Dios. Cualquiera podía recibirlo. Es más probable que Simón viera una oportunidad para restaurar su prestigio y liderazgo entre el pueblo al convertirse en un "distribuidor autorizado" del Don del Espíritu, como había deducido precipitadamente que eran los apóstoles. En realidad, el reproche de Pedro por pensar que el don de Dios se podía comprar con dinero sugiere también que Simón podía haber tenido parte o suerte en este asunto si hubiera venido en fe y recibido el don en sí mismo, en lugar de llegar ofreciendo dinero. En otras palabras, todo aquel que reciba el Don gratuito del Espíritu puede orar por otros para que reciban el mismo don. Después, Pedro demostró que el caso de Simón no era totalmente desesperado, al exhortarlo a que se arrepintiera de su maldad y rogara a Dios (le pidiera al Señor), si quizá le fuera perdonado el pensamiento (incluso los propósitos) de su corazón. No hay duda alguna aquí sobre la disposición de Dios a perdonar. Dios perdona siempre en forma gratuita a quienes se llegan a El confesando su pecado (1 Juan 1:9). Pedro añadió aquel "si quizás" debido al triste estado de aquel corazón. El orgullo y la ambición de Simón habían sido las causas de que cayera en aquel pecado. Pedro se dio cuenta de que Simón tenía un espíritu amargado y resentido (la hiel de la amargura) porque el pueblo había dejado de darle prominencia. (Compare con Deuteronomio 29:18 e Isaías 58:6, para ver el uso de estas expresiones en el Antiguo Testamento.) Un espíritu así, a menudo rechaza la reconciliación, y con toda seguridad, entristece al Espíritu Santo (Efesios 4:30, 31). Simón estaba también en prisión de maldad (esto es, atrapado por la injusticia); no era justo al desear recibir este poder para sí mismo, y al mismo tiempo, su actitud errónea tenía tal poder sobre él, que habría sido difícil que se liberara de ella. Sin embargo, es posible que el griego signifique que Simón iba rumbo a la hiel de amargura y la prisión de maldad. Esto quería decir que todavía no estaba sometido a ellas y que tendría una esperanza mayor si quería arrepentirse de inmediato. Simón reaccionó pidiéndoles a Pedro y Juan que oraran por él al Señor (expresión enfática: petición de que unieran sus oraciones a las de él), para que ninguna de aquellas cosas que Pedro había hablado, viniera sobre él. Hay una amplia controversia sobre lo que le sucedió a Simón. Algunos sugieren que sólo quería orar porque tenía temor del juicio. Sin embargo, el texto griego señala que quería que los apóstoles oraran junto con él. Esto es indicación cierta de un cambio de actitud, y por tanto, de un arrepentimiento. La Biblia no dice nada más sobre él. Las tradiciones que surgieron sobre él en tiempos posteriores no tienen fundamento bíblico. Pedro y Juan siguieron en Samaria un tiempo, dando fuerte testimonio (fuertes evidencias bíblicas) y hablando la Palabra de Dios. Es probable que incluyeran ahora más sobre la vida, el ministerio y las enseñanzas de Jesús. Después, predicaron el Evangelio (las buenas nuevas) en muchas poblaciones de los samaritanos, mientras regresaban a Jerusalén. El eunuco Etíope (8:26-40) Un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto. Entonces él se levantó y fue. Y sucedió que un etíope, eunuco, funcionario de Candace reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, y había venido a Jerusalén para adorar, volvía sentado en su carro, y leyendo al profeta Isaías. Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro. Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees? El dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe que subiese y se sentara con él. El pasaje de la Escritura que leía era este: Como oveja a la muerte fue llevado; y como cordero mudo delante del que lo trasquila, así no abrió su boca. En su humillación no se le hizo justicia; mas su generación, ¿quién la contará? Porque fue quitada de la tierra su vida. Respondiendo el eunuco, dijo a Felipe: Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro? Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús. Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino. Pero Felipe se encontró en Azoto; y pasando, anunciaba el evangelio en todas las ciudades, hasta que llegó a Cesarea. En este momento, el ángel (griego, un ángel) del Señor le habló a Felipe y le dijo que se levantara para ir rumbo al sur, al camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto. "Desierto" también significa que es un lugar abandonado, desolado, sin población. Aquí, la intención es señalar que la zona estaba prácticamente deshabitada. Gaza era la más sureña de las cinco ciudades de los filisteos en los tiempos del Antiguo Testamento. Se hallaba a unos cien kilómetros de Jerusalén en dirección suroeste. La Biblia habla de apariciones de ángeles a personas, relativamente pocas veces. Sin embargo, están presentes con frecuencia, y realizan labor de "espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación" (Hebreos 1:14). "No obstante, puesto que son espíritus. Dios tiene que darles una forma física temporal para que puedan aparecerse a los hombres y hablarles. Es posible que hubiera una razón especial para enviar un ángel. Felipe se hallaba en medio de un gran avivamiento en Samaria. Es probable que hiciera falta algo poco corriente para hacer que dejara aquellas multitudes y descendiera a un desierto camino secundario que ya casi no estaba en uso. Algunos consideran que la expresión "el cual es desierto" se refiere a la ciudad de Gaza del Antiguo Testamento, que había sido destruida en el año 93 a.C. En el 57 a.C., se había construido una nueva ciudad, más cerca del mar Mediterráneo. Quizá se le diera al camino que conducía a la vieja Gaza el nombre de camino a la Gaza desierta (deshabitada). Cuando habló el ángel, Felipe no dudó un instante. Se levantó y fue, obediente. Podemos pensar también que iba lleno de fe y de expectación. En el momento mismo en que llegaba al camino de Gaza, se acercaba el carro de un eunuco etíope. La mayoría de los funcionarios de palacio en los tiempos antiguos eran eunucos. Este tenía un alto puesto (era un potentado); era miembro de la corte de la reina etíope Candace, y estaba sobre todos sus tesoros. Nosotros diríamos que era miembro de su gabinete, y lo compararíamos con un ministro de hacienda, pero con responsabilidad total por el cuidado y el uso de fondos. Candace era el título hereditario de las reinas de Etiopía, cuya sede de gobierno se hallaba en la isla de Meroe, en el río Nilo. El país de Etiopía corresponde al Sudán de hoy, aunque puede que haya incluido también parte de la Etiopía actual. Este eunuco había recorrido una gran distancia para adorar en Jerusalén. Aunque probablemente fuera prosélito del judaísmo, por ser eunuco, no podía ir más allá del patio de los gentiles. Aun así, compró rollos del Antiguo Testamento para llevárselos consigo a la vuelta. Estos eran manuscritos y extremadamente caros en aquellos días. Lo normal era que toda una sinagoga se pusiera de acuerdo para comprar una colección, que se mantenía bajo llave, excepto cuando se usaba en el culto y en la escuela de la sinagoga. Ahora el eunuco regresaba a su tierra, sentado en su carro y leyendo el libro (rollo) de Isaías. En este momento, el Espíritu le habló a Felipe, posiblemente con una voz interior. (La dirección del Espíritu es algo prominente en los Hechos.) Felipe no necesitó que le hablara un ángel esta vez. Sin duda, estaba esperando que el Señor le diera a conocer qué hacer. La orden del Espíritu fue que se acercara y se juntara al carro. Obediente, Felipe corrió hacia él. Mientras corría junto al carro, oyó que el eunuco leía en voz alta al profeta Isaías. (En aquellos días, la lectura se solía hacer en voz alta.) Felipe lo interrumpió para preguntarle si entendía lo que estaba leyendo. Su contestación fue: "¿Y cómo podré (cómo voy a ser capaz), si alguno no me enseñare?" Entonces le rogó que subiera a sentarse con él. Felipe no se hizo de rogar. En la providencia de Dios, el eunuco estaba leyendo Isaías 53:7, 8 (de la versión griega de los Setenta). Esto ha de haber resultado emocionante para Felipe, al ver cuan maravillosa y cuan exacta era la sincronización de Dios. Entonces, el eunuco le pidió a Felipe que le dijera de quién hablaba el profeta: de sí mismo, o de alguna otra persona. Isaías 53 habla del que sufre totalmente por los pecados de los demás, y no por ninguno propio. El sabía que nadie podía hacer aquello, y se sentía intrigado. Esta fue la gran oportunidad de Felipe. Comenzando con aquel mismo pasaje de las Escrituras, le predicó a Jesús (le predicó el Evangelio, las buenas nuevas sobre Jesús). El había sido el único que jamás pecó, y nunca hizo nada que mereciera el sufrimiento ni la muerte. Para quienes estén dispuestos a verlo, no hay pasaje de los profetas que dibuje con más claridad el sufrimiento vicario, la muerte, la resurrección y el triunfo de Jesús. Pero Felipe sólo tomó Isaías 53 como un comienzo. Fue más adelante, explicándole el Evangelio con sus mandatos, promesas y llamado al arrepentimiento, tal como lo había hecho Pedro (Hechos 2:38). Yendo ambos por el camino, llegaron a cierta agua. El eunuco le llamó la atención a Felipe sobre ella. La expresión "aquí hay" podría traducirse como "¡mira!", e indica algo inesperado. La mayor parte del sur de Palestina es terreno más bien seco. El eunuco no quería seguir de largo sin ser bautizado. Presentó su petición en forma de pregunta: "¿Qué impide que yo sea bautizado?" Probablemente tuviera temor de que su condición de gentil y eunuco le impidiera ser bautizado, como había sido para él un impedimento para gran parte del culto judío. En este momento, Felipe le pidió una confesión de fe, y la recibió. 15 Entonces, después de ordenarle al conductor del carro que lo detuviera, ambos descendieron de él y bajaron al agua. De hecho, Lucas nos llama la atención al detalle de que ambos descendieron al agua. A continuación, Felipe lo bautizó, y salieron del agua. El lenguaje utilizado deja bien claro aquí que la palabra "bautizar" tiene su significado corriente de "sumergir, meter dentro de". Hay muchos otros pasajes que presentan con claridad que la inmersión era la práctica de la Iglesia primitiva. Después de que salieron del agua, el Espíritu arrebató a Felipe, y el eunuco no lo volvió a ver, y siguió gozoso su camino. Hay algunos manuscritos y versiones antiguos que añaden que el Espíritu Santo descendió sobre el eunuco. Podemos tener la seguridad de que ciertamente recibió el bautismo en el Espíritu, y esto aumentó su regocijo. Indudablemente, después esparció el Evangelio en su propia nación. Lucas no explica cómo arrebató el Espíritu a Felipe. El verbo usado suele significar "quitar, tomar rápidamente, apoderarse de". En 1 Tesalonicenses es usado (4:17) para hablar del rapto de la Iglesia. A juzgar por las apariencias el Espíritu le dio un viaje supersónico hasta Azoto en la costa (cerca del sitio donde había estado la antigua Asdod más de treinta kilómetros al norte de Gaza). Desde allí, Felipe tomó rumbo norte a lo largo de la costa mediterránea predicando el Evangelio (evangelizando) en todas las ciudades hasta que llegó a Cesarea. Esta Cesarea construida por Herodes el Grande era la capital de la provincia de Judea. Tres años después Felipe se hallaba allí todavía. Evidentemente la convirtió en su lugar de residencia y centro de operaciones desde aquel momento. Pero aún siguió viajando y llegó a ser conocido como Felipe el evangelista (Hechos 21:8).

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