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Comentario a Hechos de los Apóstoles Capítulo 08 Los versículos 1 y 3 de este capítulo mencionan a Saulo. Después, no se le vuelve a mencionar de nuevo hasta el capítulo 9. Aquí se dice que Saulo consentía en la muerte de Esteban. El texto griego es algo más fuerte: Saulo aprobaba total y completamente la muerte (el asesinato) de Esteban, y continuó actuando de acuerdo con ello. No compartía las ideas de Gamaliel, su antiguo maestro (Hechos 5:38). Al contrario: consideraba que las ideas de Esteban eran peligrosas y sentía que había que arrancarlas de raíz. Pero ni él ni todo el resto del Sanedrín fueron capaces de destruir la obra del Espíritu. La persecución hace esparcir el Evangelio (8:1-4). Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles. Y hombres piadosos llevaron a enterrar a Esteban, e hicieron gran llanto sobre él. Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel. Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio. Sin duda. Pablo fue uno de los principales instigadores de la persecución que se levantó contra la Iglesia en Jerusalén en aquel momento (en el mismo día en que Esteban fue asesinado). Tan intensa fue aquella persecución, que los cristianos fueron dispersados todos a través de Judea y Samaria. Sólo quedaron los apóstoles en Jerusalén. El versículo 2 podría ser una indicación del porqué. Hombres piadosos llevaron a enterrar a Esteban e hicieron gran llanto (golpeándose el pecho) sobre él. Esto era desusado en la tradición judía, que era opuesta a que se manifestara este tipo de respeto o de dolor por una persona ejecutada. "Hombres piadosos" es una referencia a hombres como los de Hechos 2:5, donde se usa la misma expresión. Eran judíos sinceros y devotos que todavía no habían aceptado a Cristo como su Mesías y Salvador, pero respetaban a Esteban y rechazaban la decisión del Sanedrín por equivocada e injusta. Por medio de ellos, la Iglesia volvería a crecer en Jerusalén. De hecho, cuando Pablo regresó a Jerusalén después de su conversión, había una fuerte iglesia allí. En marcado contraste con los hombres piadosos que se lamentaron sobre Esteban, Saulo se volvió cada vez más furioso y más enérgico en su persecución. Hizo verdaderos estragos en la Iglesia. La asoló y devastó literalmente. Entraba casa por casa, arrastraba fuera de ellas a hombres y mujeres, y los entregaba en la cárcel. Después, como veremos más adelante, cuando eran traídos a juicio, él votaba para que fueran ejecutados (Hechos 26:10). A pesar de todo, la persecución no detuvo el esparcimiento del Evangelio. Tuvo el efecto exactamente opuesto. Antes de esta persecución, habían estado recibiendo enseñanza y entrenamiento de los apóstoles; ahora estaban listos para salir. La persecución fue la que los obligó a hacerlo, pero la realidad es que salieron. Los que se esparcieron no se establecieron. En cambio, se mantenían viajando de lugar en lugar, comunicando las buenas nuevas del Evangelio. Hechos 11:19 afirma que algunos viajaron hasta lugares tan distantes como Chipre, Fenicia y Antioquía. Podemos estar seguros de que viajaron hasta muchos otros lugares distantes también. Esto no quiere decir que fueran todos predicadores en el sentido actual de la palabra. Simplemente testificaban con gozo y libertad sobre Jesús. Aunque sólo eran personas corrientes, conocían la Palabra y se convirtieron en canales del amor y el poder de Jesús. Es evidente que ninguno de ellos se quejó por la persecución. La consideraron como otra oportunidad para ver qué haría el Señor. Felipe va a Samaria (8:5-13) Entonces Felipe, descendiendo a la dudad de Samaria, les predicaba a Cristo. Y la gente, unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo las señales que hacía. Porque de muchos que tenían espíritus inmundos, salían éstos dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados; así que había gran gozo en aquella ciudad. Pero había un hombre llamado Simón, que antes ejercía la magia en aquella ciudad, y había engañado a la gente de Samaria, haciéndose pasar por algún grande. A éste oían atentamente todos, desde el más pequeño hasta el más grande, diciendo: Este es el gran poder de Dios. Y le estaban atentos, porque con sus artes mágicas les había engañado mucho tiempo. Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres. También creyó Simón mismo, y habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe; y viendo las señales y grandes milagros que se hacían, estaba atónito. Sin embargo, hubo muchos que sí predicaron o proclamaron públicamente el Evangelio. Después de la afirmación general del versículo 4, Lucas nos da un ejemplo de lo que ha de haber sucedido por todas partes. Escoge al diácono Felipe como ejemplo, no porque lo que sucedió en Samaria fuera más grande que lo que sucedió en otras partes, sino por las lecciones que se aprendieron allí, y porque Samaria era el siguiente lugar en el mandato recibido en Hechos 1:8. También era importante Samaria porque allí el Espíritu rompería otra barrera más. Los samaritanos eran descendientes de aquellos hebreos de las diez tribus norteñas que se mezclaron con los pueblos que los asirlos llevaron al lugar después de capturar Samaria. Al principio, le daban culto al Señor, junto con otros dioses (2 Reyes 17:24-41). Más tarde, también construyeron su templo en el monte Gerizim. Pero unos cien años antes de Cristo, los judíos subieron y destruyeron aquel templo, obligando a los samaritanos a dejar su idolatría. En los tiempos del Nuevo Testamento, los samaritanos seguían la Ley de Moisés en forma muy similar a los judíos, pero decían que los sacrificios debían ser hechos en el monte Gerizim y no en el Templo de Jerusalén. Los judíos evitaban pasar por Samaria cuanto les fuera posible. De manera que Felipe necesitó valor para ir allí. Pero, al igual que los demás, era el Espíritu el que lo dirigía. Cuando llegó a la ciudad de Samaria, unos dieciséis kilómetros al norte del lugar donde Jesús habló con la mujer junto al pozo, comenzó a predicar a Cristo (proclamar la verdad de que El era el Mesías y Salvador). Podemos tener la seguridad de que el ministerio de Jesús en Samaria (Juan 4) no había sido olvidado. Estas cosas no se hacían en lo oculto. Los samaritanos, al igual que los judíos, esperaban un Mesías en el que se cumpliera Deuteronomio 18:15, 18, 19. La gente (las multitudes, en las que había toda clase de personas) unánime escuchaba el mensaje de Felipe, oyéndolo y viendo las señales que hacía. Aquí vemos que la promesa del Señor de confirmar la Palabra con señales que seguirían, no se limitaba a los apóstoles (Marcos 16:20). La gente oyó gritar a los que tenían espíritus inmundos en alta voz, cuando éstos salían de ellos. Vio a los que estaban paralíticos y a los cojos, recibir sanidad. La consecuencia fue que hubo gran gozo en aquella ciudad, el gozo de la salud y la salvación. Este éxito del Evangelio era un milagro mucho mayor de lo que parecería a simple vista, puesto que toda aquella gente había estado engañada (embrujada, atónita, maravillada) a manos de un hombre llamado Simón, que ejercía la magia (hechicería), y se hacía pasar por algún grande (algún ser de gran poder). A éste oían atentamente todos, desde el más pequeño hasta el más grande, diciendo: "Este es el gran poder de Dios." Le habían hecho caso durante mucho tiempo, porque los tenía asombrados con sus trucos mágicos. El pueblo vio algo mucho más maravilloso en los milagros de Felipe, y creyó las buenas nuevas del reino (gobierno, poder y autoridad) de Dios y el nombre de Jesucristo. El Evangelio que Felipe predicaba, insistía en este gobierno y poder de Dios, manifestado a través de Jesucristo en su personalidad y naturaleza como Mesías y Salvador. Seguramente les diría todo lo que Pedro les había dicho a sus oyentes en el día de Pentecostés y después. El pueblo creyó, no sólo a Felipe, sino también la verdad que él predicaba. Creyó en lo que decía acerca del reino (gobierno) de Dios; creyó en el nombre (poder y autoridad) de Jesús; aceptó lo que Felipe dijo acerca de la obra de Cristo, como Salvador y Señor crucificado y resucitado. Entonces se bautizaban tanto hombres como mujeres. Finalmente, hasta el mismo Simón creyó y fue bautizado. Entonces se unió en forma persistente y constante a Felipe. Simón estaba acostumbrado a engañar a la gente con sus trucos mágicos, y sabía que se podían hacer cosas pasmosas con ellos. Había observado a Felipe con el ojo profesional de un mago, y había llegado a la conclusión de que aquellos milagros eran reales. Estaba claro que aquellas señales y grandes obras de poder eran sobrenaturales. Por eso, él también estaba atónito (lleno de asombro y maravillado). Aquellos milagros no se parecían en nada a los trucos mágicos que él hacía. Hay quienes han puesto en duda que Simón haya creído de verdad. Pero la Biblia dice que creyó, y no hace ninguna observación sobre esta afirmación. Además, con seguridad, Felipe, que era un hombre dirigido por el Espíritu, no lo habría bautizado si no hubiera presentado evidencias de ser un verdadero creyente. Pedro y Juan en Samaria (8:14-25) Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo. Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo; Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo. Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado el pensamiento de tu corazón; porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás. Respondiendo entonces Simón, dijo: Rogad vosotros por mí al Señor, para que nada de esto que habéis dicho venga sobre mí. Y ellos, habiendo testificado y hablado la palabra de Dios, se volvieron a Jerusalén, y en muchas poblaciones de los samaritanos anunciaron el evangelio. La noticia de que Samaria había recibido (le había dado la bienvenida a) la Palabra de Dios, llegó pronto a oídos de los apóstoles, en Jerusalén. Estos enviaron a ellos a Pedro y a Juan (con un mensaje y un propósito), para darles ánimo a los nuevos creyentes. Sin embargo, en esto no hay indicación de que pensaran que el ministerio de Felipe era inferior o deficiente de forma alguna. Simplemente, querían ayudarlo. Cuando llegaron los dos apóstoles, lo primero que hicieron fue orar por los creyentes samaritanos, para que recibieran el Espíritu Santo. Se nota claramente que los apóstoles creían en la importancia del bautismo en el Espíritu Santo para todos. Aunque los samaritanos habían sido bautizados en agua y en el nombre (para la adoración y el servicio) del Señor Jesús, ninguno de ellos había recibido el don del Espíritu con la evidencia de hablar en otras lenguas. Es decir, que el Espíritu no había descendido sobre ninguno en la forma en que había descendido en el día de Pentecostés. Hay quienes suponen que la fe de los samaritanos no se centraba realmente en Jesús hasta que Pedro y Juan llegaron y oraron. Pero Felipe era un hombre lleno del Espíritu y de sabiduría. No habría bautizado a nadie, si su fe no era real. Otros suponen que Felipe no les enseñó a los samaritanos nada sobre el bautismo en el Espíritu Santo. Pero el hecho mismo de que él fuera a predicarles a Cristo, demuestra que creía que la promesa era para ellos. También se ve con claridad que los creyentes no eran capaces de ocultar parte alguna del mensaje. (Vea Hechos 4:20.) Como ya hemos visto, los samaritanos creyeron lo que Felipe predicó sobre el reino (gobierno) de Dios y el nombre (autoridad) de Jesús. La predicación en los Hechos asocia estas cosas con la promesa del Espíritu Santo. Podemos estar seguros de que Felipe, como los demás predicadores del libro de los Hechos, incluía en su mensaje la exaltación de Jesús a la derecha del Padre y la entrega de la promesa del Padre, el bautismo en el Espíritu Santo. El problema parece haber estado en los mismos samaritanos. Ahora se daban cuenta de que habían estado equivocados, no sólo con los engaños de Simón el mago, sino también con sus doctrinas samaritanas. Quizá, humillados, encontraban difícil expresar el paso de fe siguiente, necesario para recibir el bautismo en el Espíritu. Cuando Jesús hallaba fe expresada de forma sencilla, y fundada solamente en su Palabra, la llamaba "gran fe" y sucedían las cosas (Mateo 8:10, 13). Cuando la fe se alzaba por encima de los obstáculos y las pruebas, Jesús la llamaba también "gran fe", y las cosas sucedían (Mateo 15:28). Pero cuando la fe era débil. El no destruía lo que había. La ayudaba, algunas veces haciendo imposición de manos. No se nos dice si Pedro y Pablo impartieron otras enseñanzas más antes, o no. Pero cuando comparamos esta circunstancia con lo que se hacía en otros momentos, parece muy probable que sí lo hicieran. Después de haber orado por ellos, los dos apóstoles les impusieron las manos. Dios confirmó la fe de los creyentes, y éstos recibieron el Espíritu (estaban recibiendo el Espíritu públicamente; quizá uno tras otro, a medida que los apóstoles les iban imponiendo las manos). Algo que sucedió, llamó la atención de Simón. Lucas no nos dice qué fue, pero como hemos visto, es frecuente que no lo explique todo, cuando aparece con claridad en algún otro lugar. Por ejemplo, no menciona el bautismo en agua cada vez que habla de que la gente creía o era añadida a la Iglesia, pero se ve claro que no es significativo el que no lo mencione. Hay otros lugares del texto donde se muestra que todos los creyentes eran bautizados en agua. Por esta razón podemos decir que el hecho de que Lucas no mencione las lenguas aquí, no es significativo. Sin embargo, es claro que Simón ya había visto los milagros hechos a través de Felipe. La profecía no hubiera atraído su atención, porque hubiera sido en un lenguaje conocido, y no obviamente sobrenatural. En realidad, sólo hay una cosa que cuadra en esta circunstancia. En el día de Pentecostés, hablaron en lenguas, según el Espíritu les daba que se manifestasen; esto fue lo que atrajo la atención de la muchedumbre. Cuando los creyentes samaritanos comenzaron a hablar en lenguas, sucedió lo mismo con Simón. Pero las lenguas no son el asunto fundamental en este pasaje. Tampoco tuvieron el mismo efecto que en Pentecostés, porque allí no había presente nadie que supiera lenguas extranjeras. Por este motivo. Lucas no dice nada sobre las lenguas, para centrar la atención en la actitud equivocada de Simón. Cuando éste vio que se recibía el Espíritu Santo por medio de la imposición de manos de los apóstoles, no vino él mismo a recibirlo. En cambio, volvió a su antigua codicia y les ofreció dinero (les trajo riquezas como ofrenda) para que le dieran el poder (la autoridad) de imponer manos sobre las personas con los mismos resultados. No obstante, los versículos 17 y 18 no quieren decir que los apóstoles tuvieran tal autoridad. Primeramente habían orado para que los creyentes recibieran el Espíritu. Reconocían que era la promesa del Padre, y que debía descender del cielo. La palabra "por" del versículo 18, indica que eran agentes secundarios. Esto es, que Jesús es el que bautiza en el Espíritu Santo (Hechos 2:33). Los apóstoles eran tan sólo enviados de El para orar por aquellos creyentes y avivar la fe en ellos para que recibieran el Don. Tampoco se está señalando aquí que sea necesaria la imposición de manos para recibir el Espíritu, aunque Simón llegara equivocadamente a esta conclusión, como les ha sucedido a muchos maestros de la actualidad. Hay muchos otros pasajes que demuestran que Simón no estaba en lo cierto. No hubo imposición de manos en el día de Pentecostés, ni en la casa de Cornelio. Tampoco estaba la imposición de manos limitada a los apóstoles, puesto que Ananías, que era un laico de Damasco, fue quien impuso sus manos sobre Pablo, tanto para que sanara, como para que recibiera el Espíritu Santo. Aquí, la imposición de manos era una forma de darles la bienvenida al cuerpo de los creyentes, y también una forma de animar su fe para que recibieran el Don del Espíritu como respuesta a sus oraciones. Pedro reprendió a Simón con severidad. Lo que dijo literalmente fue: "Tu dinero perezca contigo (vaya contigo a la destrucción, probablemente la destrucción del lago de fuego), porque has pensado que el don de Dios (esto es, el Don del Espíritu Santo, como en 2:38; 10:45) se obtiene con dinero (riquezas terrenas). No tienes tú parte (porción, participación) ni suerte (porción) en este asunto, porque tu corazón no es recto (correcto, derecho) delante de Dios." Tenía un corazón torcido y una visión distorsionada de las cosas. Algunos suponen que el deseo que tenía Simón de comprar el don de Dios (gratuito) con dinero significa que quería ofrecerlo en venta. Pero esto habría sido imposible. Los apóstoles lo estaban ofreciendo de gratis, por ser el Don gratuito de Dios. Cualquiera podía recibirlo. Es más probable que Simón viera una oportunidad para restaurar su prestigio y liderazgo entre el pueblo al convertirse en un "distribuidor autorizado" del Don del Espíritu, como había deducido precipitadamente que eran los apóstoles. En realidad, el reproche de Pedro por pensar que el don de Dios se podía comprar con dinero sugiere también que Simón podía haber tenido parte o suerte en este asunto si hubiera venido en fe y recibido el don en sí mismo, en lugar de llegar ofreciendo dinero. En otras palabras, todo aquel que reciba el Don gratuito del Espíritu puede orar por otros para que reciban el mismo don. Después, Pedro demostró que el caso de Simón no era totalmente desesperado, al exhortarlo a que se arrepintiera de su maldad y rogara a Dios (le pidiera al Señor), si quizá le fuera perdonado el pensamiento (incluso los propósitos) de su corazón. No hay duda alguna aquí sobre la disposición de Dios a perdonar. Dios perdona siempre en forma gratuita a quienes se llegan a El confesando su pecado (1 Juan 1:9). Pedro añadió aquel "si quizás" debido al triste estado de aquel corazón. El orgullo y la ambición de Simón habían sido las causas de que cayera en aquel pecado. Pedro se dio cuenta de que Simón tenía un espíritu amargado y resentido (la hiel de la amargura) porque el pueblo había dejado de darle prominencia. (Compare con Deuteronomio 29:18 e Isaías 58:6, para ver el uso de estas expresiones en el Antiguo Testamento.) Un espíritu así, a menudo rechaza la reconciliación, y con toda seguridad, entristece al Espíritu Santo (Efesios 4:30, 31). Simón estaba también en prisión de maldad (esto es, atrapado por la injusticia); no era justo al desear recibir este poder para sí mismo, y al mismo tiempo, su actitud errónea tenía tal poder sobre él, que habría sido difícil que se liberara de ella. Sin embargo, es posible que el griego signifique que Simón iba rumbo a la hiel de amargura y la prisión de maldad. Esto quería decir que todavía no estaba sometido a ellas y que tendría una esperanza mayor si quería arrepentirse de inmediato. Simón reaccionó pidiéndoles a Pedro y Juan que oraran por él al Señor (expresión enfática: petición de que unieran sus oraciones a las de él), para que ninguna de aquellas cosas que Pedro había hablado, viniera sobre él. Hay una amplia controversia sobre lo que le sucedió a Simón. Algunos sugieren que sólo quería orar porque tenía temor del juicio. Sin embargo, el texto griego señala que quería que los apóstoles oraran junto con él. Esto es indicación cierta de un cambio de actitud, y por tanto, de un arrepentimiento. La Biblia no dice nada más sobre él. Las tradiciones que surgieron sobre él en tiempos posteriores no tienen fundamento bíblico. Pedro y Juan siguieron en Samaria un tiempo, dando fuerte testimonio (fuertes evidencias bíblicas) y hablando la Palabra de Dios. Es probable que incluyeran ahora más sobre la vida, el ministerio y las enseñanzas de Jesús. Después, predicaron el Evangelio (las buenas nuevas) en muchas poblaciones de los samaritanos, mientras regresaban a Jerusalén. El eunuco Etíope (8:26-40) Un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto. Entonces él se levantó y fue. Y sucedió que un etíope, eunuco, funcionario de Candace reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, y había venido a Jerusalén para adorar, volvía sentado en su carro, y leyendo al profeta Isaías. Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro. Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees? El dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe que subiese y se sentara con él. El pasaje de la Escritura que leía era este: Como oveja a la muerte fue llevado; y como cordero mudo delante del que lo trasquila, así no abrió su boca. En su humillación no se le hizo justicia; mas su generación, ¿quién la contará? Porque fue quitada de la tierra su vida. Respondiendo el eunuco, dijo a Felipe: Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro? Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús. Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino. Pero Felipe se encontró en Azoto; y pasando, anunciaba el evangelio en todas las ciudades, hasta que llegó a Cesarea. En este momento, el ángel (griego, un ángel) del Señor le habló a Felipe y le dijo que se levantara para ir rumbo al sur, al camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto. "Desierto" también significa que es un lugar abandonado, desolado, sin población. Aquí, la intención es señalar que la zona estaba prácticamente deshabitada. Gaza era la más sureña de las cinco ciudades de los filisteos en los tiempos del Antiguo Testamento. Se hallaba a unos cien kilómetros de Jerusalén en dirección suroeste. La Biblia habla de apariciones de ángeles a personas, relativamente pocas veces. Sin embargo, están presentes con frecuencia, y realizan labor de "espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación" (Hebreos 1:14). "No obstante, puesto que son espíritus. Dios tiene que darles una forma física temporal para que puedan aparecerse a los hombres y hablarles. Es posible que hubiera una razón especial para enviar un ángel. Felipe se hallaba en medio de un gran avivamiento en Samaria. Es probable que hiciera falta algo poco corriente para hacer que dejara aquellas multitudes y descendiera a un desierto camino secundario que ya casi no estaba en uso. Algunos consideran que la expresión "el cual es desierto" se refiere a la ciudad de Gaza del Antiguo Testamento, que había sido destruida en el año 93 a.C. En el 57 a.C., se había construido una nueva ciudad, más cerca del mar Mediterráneo. Quizá se le diera al camino que conducía a la vieja Gaza el nombre de camino a la Gaza desierta (deshabitada). Cuando habló el ángel, Felipe no dudó un instante. Se levantó y fue, obediente. Podemos pensar también que iba lleno de fe y de expectación. En el momento mismo en que llegaba al camino de Gaza, se acercaba el carro de un eunuco etíope. La mayoría de los funcionarios de palacio en los tiempos antiguos eran eunucos. Este tenía un alto puesto (era un potentado); era miembro de la corte de la reina etíope Candace, y estaba sobre todos sus tesoros. Nosotros diríamos que era miembro de su gabinete, y lo compararíamos con un ministro de hacienda, pero con responsabilidad total por el cuidado y el uso de fondos. Candace era el título hereditario de las reinas de Etiopía, cuya sede de gobierno se hallaba en la isla de Meroe, en el río Nilo. El país de Etiopía corresponde al Sudán de hoy, aunque puede que haya incluido también parte de la Etiopía actual. Este eunuco había recorrido una gran distancia para adorar en Jerusalén. Aunque probablemente fuera prosélito del judaísmo, por ser eunuco, no podía ir más allá del patio de los gentiles. Aun así, compró rollos del Antiguo Testamento para llevárselos consigo a la vuelta. Estos eran manuscritos y extremadamente caros en aquellos días. Lo normal era que toda una sinagoga se pusiera de acuerdo para comprar una colección, que se mantenía bajo llave, excepto cuando se usaba en el culto y en la escuela de la sinagoga. Ahora el eunuco regresaba a su tierra, sentado en su carro y leyendo el libro (rollo) de Isaías. En este momento, el Espíritu le habló a Felipe, posiblemente con una voz interior. (La dirección del Espíritu es algo prominente en los Hechos.) Felipe no necesitó que le hablara un ángel esta vez. Sin duda, estaba esperando que el Señor le diera a conocer qué hacer. La orden del Espíritu fue que se acercara y se juntara al carro. Obediente, Felipe corrió hacia él. Mientras corría junto al carro, oyó que el eunuco leía en voz alta al profeta Isaías. (En aquellos días, la lectura se solía hacer en voz alta.) Felipe lo interrumpió para preguntarle si entendía lo que estaba leyendo. Su contestación fue: "¿Y cómo podré (cómo voy a ser capaz), si alguno no me enseñare?" Entonces le rogó que subiera a sentarse con él. Felipe no se hizo de rogar. En la providencia de Dios, el eunuco estaba leyendo Isaías 53:7, 8 (de la versión griega de los Setenta). Esto ha de haber resultado emocionante para Felipe, al ver cuan maravillosa y cuan exacta era la sincronización de Dios. Entonces, el eunuco le pidió a Felipe que le dijera de quién hablaba el profeta: de sí mismo, o de alguna otra persona. Isaías 53 habla del que sufre totalmente por los pecados de los demás, y no por ninguno propio. El sabía que nadie podía hacer aquello, y se sentía intrigado. Esta fue la gran oportunidad de Felipe. Comenzando con aquel mismo pasaje de las Escrituras, le predicó a Jesús (le predicó el Evangelio, las buenas nuevas sobre Jesús). El había sido el único que jamás pecó, y nunca hizo nada que mereciera el sufrimiento ni la muerte. Para quienes estén dispuestos a verlo, no hay pasaje de los profetas que dibuje con más claridad el sufrimiento vicario, la muerte, la resurrección y el triunfo de Jesús. Pero Felipe sólo tomó Isaías 53 como un comienzo. Fue más adelante, explicándole el Evangelio con sus mandatos, promesas y llamado al arrepentimiento, tal como lo había hecho Pedro (Hechos 2:38). Yendo ambos por el camino, llegaron a cierta agua. El eunuco le llamó la atención a Felipe sobre ella. La expresión "aquí hay" podría traducirse como "¡mira!", e indica algo inesperado. La mayor parte del sur de Palestina es terreno más bien seco. El eunuco no quería seguir de largo sin ser bautizado. Presentó su petición en forma de pregunta: "¿Qué impide que yo sea bautizado?" Probablemente tuviera temor de que su condición de gentil y eunuco le impidiera ser bautizado, como había sido para él un impedimento para gran parte del culto judío. En este momento, Felipe le pidió una confesión de fe, y la recibió. 15 Entonces, después de ordenarle al conductor del carro que lo detuviera, ambos descendieron de él y bajaron al agua. De hecho, Lucas nos llama la atención al detalle de que ambos descendieron al agua. A continuación, Felipe lo bautizó, y salieron del agua. El lenguaje utilizado deja bien claro aquí que la palabra "bautizar" tiene su significado corriente de "sumergir, meter dentro de". Hay muchos otros pasajes que presentan con claridad que la inmersión era la práctica de la Iglesia primitiva. Después de que salieron del agua, el Espíritu arrebató a Felipe, y el eunuco no lo volvió a ver, y siguió gozoso su camino. Hay algunos manuscritos y versiones antiguos que añaden que el Espíritu Santo descendió sobre el eunuco. Podemos tener la seguridad de que ciertamente recibió el bautismo en el Espíritu, y esto aumentó su regocijo. Indudablemente, después esparció el Evangelio en su propia nación. Lucas no explica cómo arrebató el Espíritu a Felipe. El verbo usado suele significar "quitar, tomar rápidamente, apoderarse de". En 1 Tesalonicenses es usado (4:17) para hablar del rapto de la Iglesia. A juzgar por las apariencias el Espíritu le dio un viaje supersónico hasta Azoto en la costa (cerca del sitio donde había estado la antigua Asdod más de treinta kilómetros al norte de Gaza). Desde allí, Felipe tomó rumbo norte a lo largo de la costa mediterránea predicando el Evangelio (evangelizando) en todas las ciudades hasta que llegó a Cesarea. Esta Cesarea construida por Herodes el Grande era la capital de la provincia de Judea. Tres años después Felipe se hallaba allí todavía. Evidentemente la convirtió en su lugar de residencia y centro de operaciones desde aquel momento. Pero aún siguió viajando y llegó a ser conocido como Felipe el evangelista (Hechos 21:8).

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